miércoles, 5 de noviembre de 2014

Broken Tale (No story to be told)

Título: Broken Tale (No story to be told)

Pareja: FanXing (Kris & Lay, EXO)

Resumen:
Los cuentos de hadas no existen, lo saben desde que eran pequeños. Pero al mismo tiempo se agarran, como si el deseo de un milagro fuese lo único que tienen, a esa idea tan infantil.

Rating: R

Género: AU, drama, romance

Advertencias: drogas, violencia, lenguaje malsonante.

Número de palabras: 15295 palabras

Comentario de la autora: escrito para el Seoul Nights 4.0, para OnTokki.

Notas: es importante hacer una lectura atenta o sino lo más probable es que os perdáis al llegar a algunas escenas del fic. Más información en las notas finales.

❀❀❀




“… Y cuál fue la sorpresa de todos al ver que el zapatito de cristal se ajustaba perfectamente al pie de Cenicienta y que la joven sacaba el zapato compañero. El Príncipe la miró a los ojos, reconociéndola de inmediato.

Finalmente, Cenicienta marchó al palacio real para casarse con el Príncipe y ambos vivieron felices y comieron perdices… Fin.”

Yixing cerró el pequeño libro de cuentos con cuidado de que las hojas que estaban sueltas no se saliesen, ajustando cada parte rota para que volviera a su sitio, y levantó la vista para mirar a Xié. Al contrario que muchas otras noches, su hermanita continuaba con los ojos abiertos, observándolo. Yixing la conocía lo suficientemente bien como para saber que estaba deseando hacerle alguna pregunta, no por nada se había estado encargando de ella desde hacía diez años.

—Adelante, pregunta lo que quieras, Xié.

Los ojos de la niña se agrandaron aún más por la sorpresa de que Yixing supiera de sus intenciones. Sin duda, su hermano lo sabía todo.

—¿Las hadas madrinas existen? —Dejó salir al final, con la curiosidad grabada en su expresión.

Yixing suspiró, paseando su vista del libro de la Cenicienta, el mismo que durante años le leyó su madre y que ahora él le leía a Xié, hasta la niña. Por unos segundos se sintió muy tentado de decirle que no, que no había hadas madrinas que ayudasen a las personas que lo estaban pasando mal; que, si de verdad existieran, Xié no tendría que irse a la calle a pedir comida para que pudieran vivir, no tendrían que estar en un piso abandonado, mohoso y viejo junto con tres tipos que, si todavía no los habían echado, era porque conseguían cada día traer comida y dinero a base de mendigar y robar. Pero no podía hacer eso. Xié era demasiado pequeña. Demasiado inocente.

Le acarició las sonrosadas mejillas con cariño y se recordó que tenía que ser fuerte por ella, que tenía que darle la mejor infancia que se pudiese permitir a pesar de su estado: huérfanos y sin dinero.

—Por supuesto que sí, Xié —contestó con una pequeña sonrisa que vio multiplicada por cuatro en la carita de su hermana.

—Entonces algún día nos ayudará, ¿verdad que sí, Yixing? Y nos iremos a vivir a un gran palacio con un príncipe, ¡como Cenicienta!

Los ojos le brillaban y tenía la sonrisa más resplandeciente que le había visto en mucho tiempo. No, Yixing no tenía corazón para romper sus ilusiones tan pronto.

Compuso la mejor sonrisa que fue capaz de fingir y le volvió a acariciar las mejillas para después taparla bien con las mantas. Comenzaba a hacer frío y si Xié enfermaba no sabía cómo iba a pagar las medicinas.

Con un suave “buenas noches” que a Yixing le sabía amargo por la mentira y a Xié dulce por significar el comienzo de sus sueños, salió de la pequeña habitación que SuHo, el hombre que los rescató de un callejón y los llevó a ese piso, declaró como su territorio particular el mismo día que entraron allí por primera vez, para disgusto de los otros tres ocupantes.

Todavía llevaba el cuento entre las manos, aquel libro que había llevado consigo desde que tenía memoria y que todavía lo ayudaba a mantenerse a flote, aquel libro que conservaba el olor fresco de la niñez y el tacto suave de la nostalgia, el sonido de la voz cantarina de su madre.

Suspiró. La echaba de menos. Mucho, mucho más de lo que nadie se podía imaginar. Todo lo que le quedaba de ella era el cuento de la Cenicienta, el mismo que hacía a Xié soñar con una vida mejor y que, años atrás, le hizo imaginar hadas y ratones que hablaban. Miró la portada con detenimiento y, por unos segundos, se permitió volver a los años de cariño y calor y caricias y mimos. Sin embargo, antes de que la conocida sensación de nostalgia se apoderara de él, un fuerte tirón le hizo volver a la realidad.

Abrió los ojos, desconcertado, para encontrarse con unas pupilas desafiantes y un rostro todo ángulos que encajaba perfectamente con el cuerpo de espalda ancha. Jun. En la mano balanceaba el pequeño libro, divertido al ver la reacción de Yixing.

¿Qué pasa, capullo? ¿Ya has terminado de jugar a los papás con la putita? —La voz áspera cargada de sarcasmo, tratando de ser hiriente.

—Devuélvemelo —contestó con toda la tranquilidad que fue capaz de reunir, pasando por alto el comentario anterior.

—Me parece que no… ¿Qué tal si me lo lees a mí también? —La sonrisa que le dedicó no le gustó ni un pelo.

El pulso se le fue acelerando conforme vio como el otro abría el libro, arrancando unas pocas hojas de un solo tirón. Su respiración se volvió errática, su corazón bombeaba más adrenalina que sangre, sus músculos se tensaban más a cada página que caía al suelo.

Antes de ser consciente de sus propios actos, se vio a sí mismo abalanzándose contra Jun en un intento desesperado de quitarle el cuento, pero una fuerte patada en el estómago le hizo caer en el camino.

Se dio de bruces contra el suelo, que crujió quejumbroso. Trató de volver a levantarse, pero el cuerpo entero le temblaba. Vio cómo comenzaban a rodearle de nuevo. Siempre era igual, primero empezaba uno y después aparecían los otros dos en busca de diversión.

Yixing se dijo que aquella vez sería distinta, iba a luchar. Iba a defenderse.

—Devuélvemelo —repitió con la voz entrecortada por la falta de aire.

Todo lo que recibió a cambio fue una fuerte patada en la boca. El sabor metálico de la sangre explotando sobre su lengua, los huesos crujiendo, el mundo dando vueltas.

—¿Qué quieres que te devuelva? ¿Esto? —Preguntó, alzando el libro—. Joder, pero si esta mierda no sirve ni para limpiarse el culo.

Lo miró por entre los mechones de pelo castaño desgreñado, desafiante, aunque en el fondo apenas se sentía como un perro abandonado en un lugar extraño, sin posibilidad de volver a casa.
Sintió la rabia subiéndole por la garganta junto con la bilis y la sangre.

Tienes que ser fuerte.

Sintió la frustración.

Por Xié.

La ira.

No puedes rendirte ahora.

Se impulsó con todas sus fuerzas y agarró a Jun por el cuello de su chaqueta. Apretó con fuerza, sintiendo la tela de cuero gastado cediendo bajo sus dedos, y le propinó un fuerte puñetazo bajo la mandíbula con su mano libre.

Jun retrocedió un par de pasos, sorprendido, y Yixing sintió la imperiosa necesidad de borrarle su cara de estúpido a base de golpes, pero los otros fueron más rápidos que él y lo agarraron justo a tiempo. Jun lo miró con desprecio, sobándose la mandíbula, e hizo una señal con la cabeza.
Yixing ya conocía lo que eso significaba, así que no se sorprendió cuando la primera patada estalló contra sus costillas. En unos segundos, solo alcanzaba a distinguir contornos difusos entre golpes y sangre, puños que se acercaban demasiado rápido como para evitarlos. Se encogió por acto reflejo, aunque eso solo hizo que se ensañaran más con él.

Mientras la piel se amorataba bajo la presión continua y rápida de los puños y las piernas y la sangre se escapaba en pequeños hilos de entre sus labios, Yixing sintió vergüenza e impotencia. Porque no podía hacer nada. Porque no era capaz de proteger a Xié, de proteger su infancia.

Se revolvió entre las garras de sus compañeros, luchando con todas sus fuerzas pero sin esperanzas de ganar. Gruñó cuando Jun le tiró del pelo por la nuca, obligándolo a levantar la cabeza y mirarlo a los ojos.

—Tranquilo, papaíto, si tantas ganas tienes de que te lo devuelva, te lo devuelvo. Yo no quiero esta mariconada.

El ruido del papel rasgándose rompió el aire y, unos segundos después, un sinfín de hojas rotas se estrellaba sin fuerza contra su cara. Yixing todavía estaba lo suficientemente lúcido como para distinguir los manidos dibujos de Cenicienta con su vestido de fiesta y sus zapatitos de cristal.
Giró la cabeza hacia otro lado, no quería ver aquello. Enseguida sus ojos conectaron con unos muy conocidos que lo miraban desde detrás de una puerta blanca descolorida.

Xié.

No me mires.

Su vista se volvió borrosa y el mundo se paralizó. Su cuerpo se quejaba en incesantes corrientes eléctricas que le recorrían toda la espalda y en sus oídos resonaba el eco de las carcajadas de los otros tres.

Otro tirón en el pelo le obligó a volver a mirar a Jun. Estaba cerca, demasiado cerca, tanto que podía sentir el olor a alcohol barato y humo que llevaba impregnado en la ropa.

—Si quiero coger el libro —comenzó a susurrarle en la oreja—, lo cojo, ¿te ha quedado claro, hijo de puta? —Lo empujó contra la pared—. Ten cuidado, porque como nos toques los cojones, lo próximo que me cargo es a la princesita.

Las tres figuras, contentas con su particular obra de arte, soltaron a Yixing, que se dejó caer al suelo, y se desdibujaron en el fondo del pasillo apenas iluminado, perdiéndose tras el ruido de un portazo.
No sabía cómo ni por qué, pero lo último que Yixing recordaba de esa noche era haberse arrastrado junto a Xié, abrazar su pequeño cuerpo que se amoldaba tan bien al suyo y llorar. Llorar todo lo que no había llorado hasta entonces. El incendio, la muerte de su madre, la pobreza, las palizas, el miedo. Todo.

Y fue en ese momento cuando fue más consciente que nunca de que ya no tenían nada. Lo último que lo ataba al pasado, que le recordaba los buenos momentos, había desaparecido. ¿A qué se iba a aferrar ya cuando se quedara sin fuerzas? ¿Qué le quedaba?

Los cuentos de hadas ya no tenían cabida en su vida. A fin de cuentas, los cuentos de hadas no existían.

❀❀❀

El nuevo día le trajo a Yixing el recuerdo de la noche anterior. Se sentía pesado y tenía la cabeza embotada. La sangre se había secado sobre su piel y la almohada de Xié.

Yixing se sentó rápidamente en el colchón viejo y chirriante al acordarse de su hermana. No estaba allí, ¿por qué no estaba allí? Se levantó más rápido de lo que su cuerpo podía soportar, haciendo caso omiso al dolor eléctrico que llevaba fuego por cada uno de sus nervios hasta su cerebro. Salió con dificultad de la habitación. Se sentía como si el aire se escapara de sus pulmones por miles de agujeros invisibles, cada paso era una odisea, pero eso no le impidió llegar a la habitación más grande del piso, que hacía las veces de salón, comedor y lugar de reunión.

Sus pasos sonaban a madera pasada y al papel gastado del cuento de la Cenicienta. Intentaba no hacer ruido ya que no quería despertar a ninguno de los otros tres, pero su empeño no era suficiente. Por suerte, no se despertaban con facilidad después de una noche llena de excesos.

Dirigió su vista al sofá de tapizado grisáceo que habían rescatado de la basura y colocado en una esquina. No estaba allí. Se volvió hacia la mesa esperando verla dibujar en el pequeño cuaderno que Yixing le regaló para su cumpleaños. Nada. Ya había pasado por aquel lugar que llamaban cuarto de baño y sabía que Xié no se encontraba ahí, así que solo le quedaba la pequeña cocina que todavía conservaba los muebles de los antiguos dueños del piso. Si su hermana no estaba en la cocina, no sabía qué iba a hacer. No podía perderla.

Posiblemente, ver a Xié con un vaso de plástico con leche rebajada entre las manos fue lo mejor que le había pasado en las últimas veinticuatro horas. Se dejó caer contra el marco sin puerta, terriblemente cansado. La preocupación le había dado la suficiente fuerza como para llegar hasta allí, así que ahora podía jurar que sabía lo que era ser un globo desinflado.

—Xié, ¿qué haces aquí tan temprano? —La niña se volvió asustada al escucharlo, limpiándose los restos de leche del labio superior—. Da igual —se acercó a ella, abrazándola suavemente.

Yixing se quedó allí esperando a que Xié se terminara su leche, aunque había más agua que leche en ese vaso. Él mismo le sirvió otro vaso, obviando el dolor y pasando por alto la costumbre de rebajarla con agua. Se lo tendió a la niña, que le sonreía con picardía, como cuando hacía alguna travesura. Yixing rió y se llevó el dedo índice a los labios, haciéndole saber que ese iba a ser su pequeño secreto.

Ese simple gesto hizo que Xié no abandonara la sonrisa en todo el rato, a pesar de que la tristeza consumía a Yixing porque un vaso de leche no era suficiente para una niña que estaba creciendo, pero tampoco podía darle más. Al menos confiaba en que la panadera de la otra calle le diera el pan del día anterior y Xié se pudiese llevar algo más a la boca.

Se despidió de ella con un beso en la frente y la promesa de que intentaría conseguirle algunas cerezas, como cada día. Mentiría si dijese que no le daba miedo que saliera a la calle sola y que pasara allí horas y horas, pero el corazón de la gente se conmovía cuando la veían, con la carita sucia y el vestido roto, y él no conseguía lo suficiente robando.

Se quedó en la puerta del piso, escuchando los pasos de Xié resonar por las escaleras hasta que llegó al portal y salió. Cerró la puerta de nuevo y se preparó mentalmente para el dolor que lo atravesaría una vez se agachara a recoger las hojas rotas esparcidas por toda la sala. No era una tarea costosa, pero Yixing tampoco estaba en la mejor de las condiciones.

Amontonó con sumo cuidado cada página que encontró y las metió todas dentro de las portadas, lo único que quedaba intacto del libro. Al terminar cogió su chaqueta y salió del piso, aunque esa mañana no iría al centro en busca de turistas poco precavidos, tenía otros planes en mente.

Yixing se sabía el camino de memoria de tantas veces que lo había recorrido, de hecho estaba seguro de que sería capaz de ir hasta allí con los ojos cerrados si se lo proponía. La puerta de cristal y hierro forjado seguía rota, como ayer, y el suelo del portal todavía tenía manchas de a saber qué. En silencio agradeció que su parada estuviese en el bajo y no tener que subir escaleras. Golpeó la puerta con los nudillos y esperó pacientemente a que alguien quitara todos los pestillos y cadenas del interior.
La puerta se abrió unos pocos centímetros, lo justo para que un ojo redondo y curioso que conocía muy bien se asomara. Unos segundos después la entrada al piso estaba completamente libre y el inquilino corría por el pasillo. Yixing no esperó a que le dieran permiso para entrar, simplemente arrastró los pies hasta dejarse caer en el sofá que sabía que había a la derecha. Cerró los ojos en cuanto sintió la suave superficie bajo su cuerpo, esperando a que fueran a recibirlo. Ni siquiera necesitó abrir los ojos para saber quién era el que había llegado corriendo y le revisaba las heridas.

—LuHan —murmuró a modo de saludo.

—Xing… ¿Otra vez? ¿Has dejado que esos prototipos de personas a medio hacer te pisoteen otra vez? —El aludido suspiró, no le apetecía hablar de eso.

Se incorporó con algo de dificultad y abrió un poco los ojos, tratando de enfocar los rasgos suaves de su amigo contorsionados en un gesto de preocupación. Sin decir ni una palabra, se desabrochó la cremallera de su chaqueta y sacó los restos del libro. LuHan miró el montón de papeles y a él alternativamente.

—Necesito arreglarlo —contestó a su pregunta muda después de sorber por la nariz en un intento bastante estúpido de controlar las lágrimas que sabía que en cualquier momento caerían.

LuHan se lo quitó de las manos con suavidad y lo observó detenidamente con la banda sonora de los suspiros de Yixing de fondo. Acarició la portada y recordó el día que se conocieron, cuando un pequeño y desorientado Yixing con ese libro y una niña de la mano aparecieron por allí mientras LuHan buscaba inútilmente algo que llevarse a la boca. Era incapaz de pensar en su amigo sin asociarlo a ese cuento, incluso él mismo había llegado a considerarlo parte de su vida el día que se lo leyó por primera vez, como una especie de bienvenida a su vida. Era la forma que Yixing tenía de decir “confío en ti”.

Se le encogió el corazón al levantar la vista de todos sus recuerdos y fijarla en su amigo. No era la primera vez que aparecía con los puños de sus compañeros marcados a fuego por todo el cuerpo, pero jamás lo había visto tan decaído, tan frágil. LuHan podía jurar que hasta ese momento no había sido realmente consciente del niño que esperaba a su madre cada noche y que se escondía bajo sonrisas soñadoras y caricias a su hermana pequeña.

Yixing lo miraba con los ojos acuosos, esperando una respuesta. Tenía que ayudarlo a arreglar el libro, tenía que hacerlo. Necesitaba su ayuda.

 —No creo que tenga arreglo, Xing…

Su amigo lo miró unos segundos, parecía que estaba intentando procesar sus palabras.

—No me hagas esto, LuHan —suplicó—. No, por favor, tú no, no me abandones. ¡Necesito que me ayudes a arreglarlo! LuHan, por favor, por favor… Tal vez con un poco de pegamento… no está tan mal, ¿no? —Su amigo negó con la cabeza.

—Lo siento… —murmuró. Se sentía estúpido, no servía para consolar a las personas y no tenía ningún tipo de tacto al hablar.

—Por favor, ¡por favor! —Lo intentó de nuevo, cogiéndolo por la camiseta y obligándolo a que lo mirase a los ojos en un intento desesperado por convencerlo—. LuHan, sabes lo mucho que significa para mí —le temblaban las manos—. LuHan… solo tú puedes ayudarme… No me hagas esto. ¡Joder, tú no! —Lo empujó con rabia y se levantó del sofá más rápido de lo que debería.

Yixing se llevó las manos al pelo. No sabía si estaba enfadado o frustrado, lo único de lo que era consciente era que temblaba y le costaba respirar.

—Lo siento —repitió LuHan con tono monótono.

—¡Maldita sea, LuHan! ¡Un lo siento no va a arreglar nada, ¿sabes?!

Yixing negó con la cabeza, solo tenía ganas de llorar y gritar y romper todo lo que tuviese a mano. Podía sentir perfectamente cómo los pequeños y rudimentarios remiendos de su corazón se deshacían lentamente. Ya no había nada que lo mantuviese entero.

LuHan se acercó rápidamente y lo cogió por las manos.

—Tranquilízate, Xing, respira hondo.

—No me jodas —intentó zafarse de su agarre, pero LuHan se abrazó a él con fuerza, haciéndolo gritar—. ¡Joder, duele!

LuHan se apartó con brusquedad y le levantó la camiseta de un tirón. Apenas quedaba nada de su color natural en las costillas de Yixing. Se llevó un puño a la boca y se lo mordió con fuerza, ahogando todas sus imprecaciones.

—Joder… —maldijo por lo bajo—. ¡Kyungsoo! —Llamó a su compañero, el mismo que después de abrirle la puerta desapareció por el pasillo. Maldijo otra vez cuando el chico no le contestó—. Espera un momento, ¿vale? Ahora vuelvo.

Yixing gruñó, como si pudiese salir corriendo de allí… Como si tuviese algún otro lugar al que acudir.

A los pocos minutos, LuHan apareció de nuevo con una pomada en la mano derecha y algo que no llegaba a distinguir en la izquierda.

LuHan trabajaba, así que se podía permitir tener una casa más o menos decente, comida cada día y medicinas para cuando le hiciese falta. A veces no podía evitar pensar que tenía suerte, aunque Yixing sabía lo que se escondía detrás: el asco, la repulsión, los golpes, las violaciones… vender tu cuerpo a cambio de algo de dinero.

Yixing siseó al sentir el contacto de su piel ardiente con la fría pomada y los dedos de su amigo, pero lo dejó hacer. No era la primera vez que se encargaba de curarle, así que confiaba plenamente en él.

—Toma —le dijo al terminar, tendiéndole lo que tenía en la otra mano: pastillas de esas que LuHan tanto acostumbraba a tomar después de trabajar para olvidar.

Drogas.

Otra vez.

La primera vez que las tomó dudó si debía aceptarlas porque no quería darle esa imagen a Xié. Pero se sentía tan devastado y hundido que no tenía otra opción. Aquello era lo único que podía calmarlo.

Como aquella vez, Yixing no se lo pensó dos veces antes de metérsela en la boca y tragársela con todo su esfuerzo.

—Ya verás como te sentirás mejor —le sonrió un poco y lo condujo de nuevo al sofá para que se tumbara.

Yixing no recordaba cuándo se durmió exactamente ni cuánto tiempo pasó, y al despertarse ni siquiera era capaz de ubicarse con exactitud. Se sentó con esfuerzo y acarició con las manos la manta que le cubría parte del cuerpo y que no sabía de dónde había salido. Se frotó los ojos con ganas, forzando a su cerebro a volver a la realidad, aunque tenía la sensación de que parecía tener vida propia y tomaba sus propias decisiones. Observó con cuidado sus manos al terminar, juraría que no las tenía tan finas, pero no le dio importancia y se levantó de la cama.

Se giró de nuevo para mirar por la ventana que tenía a la izquierda, tratando de averiguar qué hora sería aproximadamente. No pudo evitar sonreír al ver un pequeño gorrión apoyado en el alféizar, recortado contra el cristal por  la luz del sol. Yixing se acercó y apoyó una mano en la ventana, observando con detenimiento el paisaje que se extendía fuera. Había mejorado desde la última vez que había salido a la calle.

Por el rabillo del ojo vio una sombra moverse. Creía que estaba solo, pero estaba claro que se había equivocado. Buscó por la habitación a su acompañante, encontrándose con un gato de pelaje negro brillante que se estiraba perezosamente sobre la cama. Estiró una mano para acariciarlo, sintiendo el tacto pulido y agrietado de su chaqueta, arrugada y tirada de cualquier forma sobre el sofá

—Ah, veo que ya te has despertado, Xing. ¿Cómo estás? —Se giró bruscamente al escuchar una voz a sus espaldas. Se sentía mareado y confuso, pero ver a LuHan ahí hizo que una oleada de tranquilidad destensase todos sus músculos—. ¿Mejor? —Insistió.

Yixing balbuceó un par de frases sin sentido antes de asentir con la cabeza. Su amigo se acercó a él. A pesar de que apenas los separaban unos pasos, Yixing sintió que el tiempo iba a cámara lenta y que los pasos de LuHan parecían más pesados que nunca.

—¿Seguro que estás bien? Estás sudando mucho y estás muy rojo —con cuidado le pasó una mano por la frente, comprobando su temperatura corporal. Los ojos le brillaban y su pelo rubio dorado parecía querer rivalizar con el propio sol. Yixing rió y se imaginó que su risa sonaba al rojo de las rosas explotando sobre el verde de las hojas y el dolor de sus espinas.

LuHan frente a él enarcó una ceja que se desdibujó hasta el punto que parecía una serpiente de cascabel acechando a su próxima víctima. Negó con la cabeza y Yixing juraría que escuchó el característico ruido de la cola de la serpiente.

—Siéntate, anda —lo empujó con suavidad al sofá de nuevo—. ¿Te apetece comer algo?

Yixing negó mientras se mordía las uñas, una vieja manía que no conseguía quitarse. Se limpió los restos de saliva de la mano en el delantal blanco manchado del gris de las cenizas que llevaba atado a la cintura, y volvió la vista a su amigo cuando se sentó a su lado

—He estado pensando en lo del libro… —lo miró atentamente, pestañeando muchas veces seguidas. LuHan brillaba y le hacía daño a los ojos—. Sé que te dije que era imposible muy rápido, pero… lo mismo conseguimos algo… A fin de cuentas las portadas están intactas y algunas hojas también están enteras, no muchas, eso sí, pero… podemos hacerlo… Bibidi babidi bu —el muchacho sacó el cuento de no sabía dónde y se lo dio entre destellos y estrellas fugaces que luchaban por escapar de la habitación.

Sinceramente, era incapaz de esconder la sonrisa que cada vez ganaba más terreno en su cara y hacía que las mejillas le dolieran un poco. Por primera vez en mucho tiempo sentía genuina felicidad, una felicidad que nada ni nadie podía destruir.

—LuHan… —comenzó, sin saber muy bien qué decir exactamente—. Gracias. De verdad…

—Tonterías. Sabes que no tienes que darme las gracias. Para eso estamos las hadas madrinas, ¿no? Para ayudar —sonrió—. Quiero darte otra cosa antes de que te vayas, Xing —se subió las mangas hasta los codos y giró un poco los dedos haciendo que el aire temblase y que una varita blanca y centelleante apareciera en su mano. La movió con gracilidad y en el lugar donde antes había un pequeño arbusto de hojas mustias y tallos finos apareció una cesta llena de redondas y profundamente rojas cerezas—. Para Xié —le dijo con suavidad, acercándosela.

Yixing asintió, agradecido, se puso su chaqueta y se preparó para volver a casa no sin antes abrazar con todas sus fuerzas a LuHan por todo lo que había hecho por él. Su amigo aprovechó para dejarle un par de  pastillas más. Nunca estaba de más tenerlas.

Con el libro bajo el brazo y la cesta de cerezas, Yixing sentía sus fuerzas renovadas. Solo podía pensar en la cara que pondría Xié al verlo y en lo mucho que sonreiría.

El camino a casa entre árboles y carrozas tiradas por elegantes caballos blancos era mucho más entretenido que de costumbre. Yixing saludaba con una pequeña inclinación de cabeza a todas las personas con las que se cruzaba a pesar de que no llegaba a identificar a nadie. Todas las caras parecían borrones de pintura aún húmeda, algunas con contornos más nítidos que otras.
Sin embargo, eso no fue impedimento para que sus ojos curiosos las recorrieran en busca de algún signo que delatara su identidad. Miraba a cada persona donde suponía que tenían los ojos sin saber exactamente qué buscar. A cada persona anónima que pasaba, se animaba mentalmente, diciéndose que a la próxima lo conseguiría, sin perder la sonrisa.

No fue hasta que el césped verde pasó a ser una calle de cemento rugoso cuando dio con unos ojos conocidos. Yixing amplió su sonrisa al reconocer a SuHo, su guardián. Le debía la vida. Él fue quien los sacó de la calle y los mantuvo juntos, impidiendo que los Servicios Sociales separaran a la pequeña Xié de su hermano mayor. Fue como el padre que nunca tuvieron: les dio un techo bajo el que dormir y un lugar donde estarían a salvo de la crueldad del mundo exterior, aunque jamás les advirtió de la crueldad de las personas que los rodeaban.

A pesar de todo, a Yixing se le hacía un nudo en la garganta al pensar cómo SuHo se marchaba durante meses, a veces incluso años, y lo dejaba a merced de Jun y los otros. ¿Por qué nunca le habló de las falsas apariencias, de las palizas? ¿Por qué no le enseñó al pequeño Yixing a defenderse? Simplemente lo dejó ahí, sin otra opción que crecer rápido, apretar los dientes y soportar el dolor.
Negó con la cabeza para sí y se obligó a alejar todos esos sentimientos que se arremolinaban en su estómago. Era SuHo, siempre iba a estar agradecido con él. A fin de cuentas, siempre podía ser peor.
Levantó una mano de uñas largas y dedos delicados para saludarlo, aunque no parecía percatarse de su presencia. Decidió llamarlo, pero al separar los labios ningún sonido quiso salir de su garganta. O quizá era que el sonido de su voz no quería llegar hasta su destino, o que el aire se negaba a transmitir aquellas imperceptibles vibraciones para el ser humano.

SuHo, con su chaqueta llena de galones y con hombreras doradas, pasó junto a un desconcertado Yixing sin apenas mirarlo y se perdió tras una esquina. La gente que poco a poco llenaba la calle arrastró a Yixing y lo obligó a seguir hacia adelante.

Desconcertado, siguió con pasos vacilantes al rebaño en el que parecía haberse metido, sin saber muy bien hacia dónde se dirigían. Y habría seguido así si no se hubiera chocado con otra persona, cayendo aparatosamente al suelo.

Escuchó una queja por parte de la otra persona aunque no llegó a entender ninguna palabra. Alzó la vista para encontrarse con una cabeza de cabellos rubios y unas pupilas que lo taladraban.

—¿SuHo? —Atinó a pronunciar, pero el otro hombre ya se había levantado con ayuda de su bastón y continuaba con su camino.

Yixing se quedó en el suelo mientras el mundo continuaba girando y las guerras dentro de los corazones de las personas se seguían librando implacablemente. Con las piernas temblando se puso de rodillas y  buscó su cesta de cerezas. Para cuando estaba a punto de alcanzarla, otras manos más pequeñas cogieron las asas con fuerza. Yixing le llamó la atención y el niño se giró asustado. Con ojos mucho más curiosos de lo que recordaba y labios temblando, SuHo dejó caer las frutas y corrió para evitar una reprimenda.

Sin fuerzas para perseguirlo, Yixing simplemente tomó lo que le pertenecía. Una mano se cruzó en su campo de visión, obviamente ofreciéndose para ayudarlo a levantase. La aceptó de buen gusto ya que, aunque las curas improvisadas de LuHan siempre le venían bien, todavía no estaba recuperado de la paliza del día anterior.

—Gracias —murmuró mientras su salvador se quitaba el sombrero y lo saludaba con una perfecta inclinación de noventa grados. Un caballero total. Rostro amable, sonrisa cortés. SuHo.

El pulso se le disparó al verlo. De nuevo. Estaba a punto de preguntarle cómo lo hacía, cómo era capaz de estar en todas partes, pero sus pasos cubiertos por una capa negra se perdieron antes de que pudiera reaccionar.

Yixing no tuvo más remedio que continuar con su camino, pero mirase adonde mirase, los mismos ojos se alzaban sobre las manchas de color de la ciudad y el bosque. Gris sobre verde y, sobre todos, el brillo astuto de SuHo.

Ahí, en ese cochero. En esa esquina, en el chico que estaba cargando cajas. En la plaza, en el viejo que con pasos penosos se subía a un púlpito.

Y todos, todos lo miraban.

Lo señalaban.

¿Por qué?

El policía que cogía de la oreja al pillo de antes. El adolescente que iba en bicicleta a toda prisa, sorteando a la marea humana.

SuHo.

El corazón le latía con fuerza. Lo estaban rodeando y sentía cómo lo oprimían y le sacaban todo el aire.

No podía soportarlo. Simplemente no podía. Quería que lo dejaran en paz.

Comenzó a correr tanto como podía, tanto como le permitían sus adoloridas piernas. Necesitaba alejarse, respirar, calmarse. No paró hasta que no llegó al bosque, donde la gente no se atrevía a internarse.

Se apoyó contra el tronco de un árbol, respirando sin respirar realmente, como si alguien le hubiera puesto una almohada en la cara. Se estaba ahogando.

Se ahogaba en sus propios pensamientos, en sus propias lágrimas, en su propio dolor. La sangre corría con rapidez bajo su piel, obedeciendo las órdenes de sus latidos desaforados. Cayó de rodillas al suelo y se encogió sobre sí mismo, sin saber muy bien qué hacer.

Con dificultad se arrastró hasta el arroyo que discurría cerca. El agua le ayudaría a despejar sus pensamientos. Las corrientes de agua danzaban caprichosas entre los árboles, devolviéndole su reflejo al cielo. Yixing llegó a la orilla y se asomó, esperando encontrar su rostro ojeroso y pálido, pero fue otra cara que conocía demasiado bien la que lo miró desde el agua.

Yixing gritó y removió el agua con fuerza, borrando los ojos de SuHo de su mente. El arroyo volvió poco a poco a su curso normal, mostrándose de nuevo como el espejo que era, mostrándole la figura delgada de pelo corto negro, labios rojos y ojos severos que se alzaba sobre Yixing.

Mamá.

Solo necesitó unos segundos para ordenarle a su cuerpo que huyera de ahí, que corriera tanto como pudiese. Ignoró las cabezas rubias y los labios rojos que se encontró por el camino y siguió adelante hasta llegar a su bloque de pisos. Allí al menos estaría a salvo del mundo exterior.

Subió uno a uno los escalones, dejando atrás la inseguridad. Todavía le latía el corazón con fuerza y sentía miles de alfileres atravesándole los pulmones, sus rasgos grabados a fuego en su retina.
Se pasó una mano temblorosa por la frente antes de abrir la puerta del piso. Necesitó varios minutos para abrir todos y cada uno de los pestillos, pero ni todo el tiempo del mundo le habría servido para prepararse para lo que se iba a encontrar.

Cerró la puerta de una patada después de entrar, sin preocuparse por volver a asegurarla, solo quería encerrarse en el cuarto que compartía con Xié y esperarla allí, sin tener que pensar en nada más. Pero estaba claro que no iba a poder hacerlo.

Al girarse vio a la última persona en el mundo con la que quería encontrarse en esos momentos. Dejó caer al suelo la bolsa que no recordaba que llevaba consigo, incapaz de pronunciar ninguna palabra coherente.

—Hola, Yixing. Cuánto tiempo sin vernos —le sonrió como siempre hacía, en el punto medio entre ser cortés y estar verdaderamente feliz de verlo.

—Sí… —suspiró.

—Estás hecho todo un hombre —le puso una mano sobre el hombro, como lo haría un padre con su hijo—. Has madurado mucho desde que llegaste —Yixing sentía el tacto de su mano como fuego quemándole. Quería apartarla de ahí, gritarle que no le tocase, que se largara. Pero no podía, simplemente porque le debía mucho más a SuHo de lo que nadie sería capaz de imaginar—. Me siento orgulloso de lo que has crecido —esa fue la gota que colmó el vaso.

—¿Orgulloso? —Bufó—. ¿Orgulloso de qué? ¿Qué es lo que he conseguido para hacer que te sientas orgulloso? Aparte de recibir palizas cada día y vivir en esta pocilga —SuHo lo miraba con el ceño fruncido.

—Ahora eres más fuerte. Has aprendido a sobreponerte a la crueldad de la vida. No todos los niños que he rescatado de la calle sobreviven, ¿sabes?

—Ah, claro, por supuesto. Y supongo que debería sentirme agradecido, ¿no? —Yixing sentía que en cualquier momento se podría envenenar si se mordía la lengua, pero no podía evitarlo—. ¿Eh? Respóndeme, SuHo. ¿Debería darte las gracias? ¿Por qué? ¿Por dejarme tirado en esta mierda de sitio?

—La calle es un lugar mucho más duro que este piso, Yixing, creía que lo sabías —los ojos de SuHo eran impenetrables y duros como la roca.

—¡No, no lo sabía! Porque tú no te molestaste en enseñarme nada, ni en advertirme. ¡Era un niño, joder!

—Esto es la ley de la jungla. Nada que pudiera decirte te serviría. Solo sobrevive el más fuerte.

—Por supuesto, ¿tú qué vas a decir? Ya no hay vuelta atrás, ¿no? Pues espero que te quede claro que nada, absolutamente nada, va a borrar tu error. Olvídate de Xié y de mí porque no queremos volver a verte.

Yixing pasó por su lado empujándolo con el hombro. Solo entonces se dio cuenta de la persona que había estado ahí todo el rato, observando en silencio.

Chen lo miró con ojos condescendientes, porque él también comprendía la rabia de Yixing. Aunque había una diferencia que los separaba inevitablemente: Chen siempre fue el favorito de SuHo.
No se paró a saludarlo con un abrazo como hacían de pequeños, ni siquiera lo miró a los ojos, aunque mentiría si dijese que no echó en falta su sonrisa. Fue Chen el que le enseñó a sonreír a la vida y era paradójico que ya no fuese capaz de hacerlo.

Siguió su camino hasta su cuarto y cerró tras de sí con un portazo. Se quitó la chaqueta y la tiró con rabia contra la pared. No sabía si estaba enfadado con SuHo, con el mundo o consigo mismo, pero era incapaz de deshacer el nudo de rabia que le apretaba la garganta.

Se tiró sobre el colchón, buscando un poco de paz y tranquilidad, pero no pasó mucho tiempo hasta que llamaron a la puerta. Yixing se sintió terriblemente tentado de gruñirle a quien fuera que estuviera fuera para que se largara. Por suerte o por desgracia, era incapaz de hacer algo así.

Murmuró un suave adelante y pronto pudo vislumbrar la dulce sonrisa de Chen, la que hacía que sus ojos se empequeñecieran graciosamente y apenas pudiera distinguir sus pupilas.

—Te has dejado esto en la entrada —levantó la mano derecha, donde llevaba una bolsa—. A Xié le va a encantar cuando vea las cerezas.

Chen interpretó el silencio de Yixing como una invitación para sentarse a su lado y acariciarle con suavidad el pelo, a la espera de que decidiera decirle algo. Yixing se dejó hacer, hacía muchos años que nadie se paraba a acariciarlo con tanto cariño.

—No es justo —musitó finalmente contra la almohada.

—Nadie dijo que fuera justo… Lo único que podemos hacer es enfrentar la vida con una sonrisa.

—Con una sonrisa —Yixing sonrió después de que los dos pronunciaran el final de la frase a la vez.

—Mi abuela solía decirlo. Creo que es casi el único recuerdo de ella que tengo —no podía verlo, pero sus palabras sonaban a sonrisa triste, de esas que te traen recuerdos alegres mezclados con la nostalgia de no poder volver a vivirlos.

Ambos se sumergieron en un profundo silencio solo roto por sus propias respiraciones. Se sentían cómodos el uno con el otro simplemente así, con Yixing tumbado y Chen sentado a su lado.

—Chen.

—Dime.

—Si tuvieras la oportunidad, ¿te gustaría volver atrás en el tiempo? ¿Volver a ver a tu familia? Solo eso, verlos una vez más, para luego seguir como siempre.

—Creo que… no —contestó después de unos segundos—. No, no me gustaría.

—¿Por qué? —Yixing levantó la cabeza de la almohada para mirarlo.

—Porque prefiero mantener el recuerdo que tengo de ellos ahora. Tengo miedo de que, si los vuelvo a ver, algo cambie, y quiero recordarlos siempre felices, sin problemas.

Yixing asintió lentamente. Las palabras de Chen siempre le habían parecido muy sabias, le recordaba a lo que su madre le solía decir cuando se enfadaba o se echaba a llorar de niño.
Se movió con suavidad hasta quedar apoyado en su hombro. No era como cuando su madre lo cogía en brazos, pero seguía siendo una sensación reconfortante. Significaba que estaban ahí, el uno para el otro, porque jamás habrían sobrevivido si no hubiese sido así, porque juntos no había lluvia que los mojara ni viento que los moviera. Al menos Yixing sabía que siempre podría contar con Chen y LuHan.

Esa noche, como siempre, Yixing le contó el cuento de la Cenicienta a Xié, y aunque tras las tapas del libro ya no había hadas ni príncipes, Yixing imaginaba las dulces palabras del cuento sobre las sucias páginas de periódico que ahora sustituían a las que se perdieron.

Como cada noche, Xié volvió a preguntar si las hadas madrinas existían y si se encontrarían pronto con la suya. Esa noche, Yixing le contó que ya había conocido a su hada madrina y que le había regalado las cerezas que ambos se habían comido en secreto, le contó que pronto podrían salir de ahí.
Y, aunque el cuento había perdido sus dibujos de colores brillantes y sus letras habían sido sustituidas por las últimas noticias del crecimiento económico de China, a Xié le sonó más mágico que nunca antes, más real, más cercano, simplemente porque era Yixing, el verdadero Yixing que sonreía y bromeaba y parecía estar a todas horas despistado, el que estaba tras cada palabra.

❀❀❀

La ya tan conocida e íntima migraña le dio los buenos días cuando el sol estaba en su punto álgido, iluminando la maraña de hormigón y cristal que era Beijing, con su característica banda sonora de atascos y el humo en el ambiente.

Tenía la mente embotada y le costaba pensar con claridad, pero, a pesar de todo, al cerrar los ojos podía recordar perfectamente todo lo que había pasado el día anterior, como si fuera una película que se reproducía continuamente detrás de sus párpados. Recordaba cada momento con lucidez, desde que se despertó en casa de LuHan hasta que acostó a Xié. Recordaba al detalle el encuentro con SuHo, y eso era posiblemente lo peor.

SuHo les salvó la vida y él se lo pagaba así, gritándole… y todo por culpa de las drogas.
Se tapó la cara con las manos, se sentía avergonzado. Había dejado que las drogas lo dominaran de nuevo y le había hecho daño a una persona muy importante por culpa de su irresponsabilidad. Yixing no podía evitar pensar qué pasaría si algún día dañara a Xié al no poder controlarse.
Jamás se lo perdonaría.

Se levantó y recogió su chaqueta del suelo. Las curas de LuHan ya le habían hecho efecto y se sentía mejor, por suerte. Buscó en los bolsillos y sacó la bolsa que sabía que le había dado. Miró las dos pastillas con detenimiento. Eran su perdición… pero también su salvación. Sabía que no podría aguantar muchos días sin ellas y, a pesar de eso, no había ni un solo minuto que no se arrepintiese de haberse metido la primera en la boca, porque perdía el control y tenía miedo de lo que pudiese pasar mientras estaba totalmente ido. Sin embargo, ya no había vuelta atrás, no podía dejarlas así como así, formaban parte de su vida.

Con un suspiro, guardó las pastillas en el bolsillo delantero de sus vaqueros y salió de la habitación. El pasillo estaba totalmente vacío y Yixing habría pensado que estaba solo de no haber sido por las voces que le llegaban desde la cocina.

Se dirigió lentamente hacia allí. Conforme se acercaba iba distinguiéndolas: una era indiscutiblemente la risa cantarina de Xié, llena de vida e inocencia. Pudo distinguir también la de Chen y, finalmente, SuHo. Debería haber supuesto que SuHo no se marcharía sin visitar a Xié y mimarla un poco, a fin de cuentas el día anterior Yixing lo había echado sin muchos miramientos.
Cuando llegó a la cocina se quedó en el marco de la puerta, observando la escena. Chen tenía a Xié en brazos y SuHo estaba sentado justo enfrente. Los tres compartían entre risas y bromas un desayuno que muy probablemente habrían comprado. Hacía mucho que no veía a Xié tan feliz, tan brillante.

Las risas cesaron un poco cuando Chen se dio cuenta de que estaba en la puerta y lo saludó con la mano, invitándolo a unirse a ellos.

—¡Yixing! —Su hermana se levantó inmediatamente y se lanzó a sus brazos.

Con algo de esfuerzo por el dolor la levantó del suelo, abrazándola con fuerza, y le acarició el pelo antes de besarle la frente.

—Buenos días, Yixing —levantó la vista al escuchar la voz de SuHo. Le respondió con una inclinación de cabeza y se sentó a la mesa, con Xié sobre sus rodillas—. ¿Qué tal has dormido? ¿Estás ya más tranquilo?

Asintió de nuevo para contestar a su última pregunta y carraspeó para aclararse la garganta.

—Quería hablar contigo sobre lo de ayer, SuHo… Verás… —Xié lo miraba con curiosidad desde abajo mientras mordisqueaba una madalena. No podía decir nada que lo delatara—. Digamos que… no era yo… No sabía lo que decía y…

—Tranquilo, ya lo sé —lo cortó—. No pasa nada —acompañó sus palabras con un gesto de mano, quitándole importancia al asunto.

—Lo siento —murmuró a media voz.

Si SuHo lo escuchó, no sabría decirlo, ya que siguió con sus bromas para hacer reír a Xié, sin prestarle mucha atención de nuevo. Chen le pasó una taza de café para llevar y uno de los dulces de la bandeja que había en el centro de la mesa. Podía leer perfectamente la preocupación en sus ojos. Yixing lo aceptó agradecido, hacía mucho que no desayunaba.

El desayuno transcurrió con tranquilidad. El ambiente era ameno y relajante, el aire estaba lleno de risas y bromas que fuera de esas cuatro paredes nadie entendería. Yixing se sintió por primera vez en mucho tiempo como en casa, y eso era algo impagable.

Habría deseado pasar toda su vida así, pero las cosas buenas no duraban para siempre.
Cuando Jun entró en la cocina y se sentó en una de las sillas, Yixing sintió que el aire se congelaba dentro de sus pulmones. Sin embargo, hizo acopio de toda su fuerza para mantenerse tranquilo y no preocupar a Xié, que seguía entretenida jugueteando con Chen.

Jun y SuHo comenzaron a hablar de temas que ni le interesaban ni le importaban. Yixing nunca había servido para los negocios que tenían entre manos, así que prefería no prestarles atención a menos que fuera totalmente necesario, por eso solo levantó la vista de la mesa cuando SuHo lo llamó.

—Antes de que se me olvide, quería deciros que mañana por la noche los Wu celebran una fiesta en honor al ascenso del primogénito de la familia como gerente de la empresa. Nunca está de más afianzar relaciones, así que sería oportuno que fuerais todos.

—¿Los Wu? —Yixing lo miró, dudoso—. Son empresarios, ¿no? ¿Qué tienen que ver ellos con… nosotros?

Jun bufó al escucharlo.

—Los Wu controlan también el contrabando en Beijing, así que sí tienen que ver con nosotros.

—Lo dicho, no faltéis. Ni Chen ni yo podemos ir y no nos conviene enfadar a la familia. Según tengo entendido, Yifan, el primogénito, es de carácter fuerte, y nosotros no queremos tener problemas, ¿verdad? —Ambos asintieron con la cabeza, como dos niños atentos a las explicaciones sobre la vida de su padre—. Perfecto, así me voy más tranquilo.

Unos minutos más tarde, se despedían de Chen y SuHo hasta a saber cuándo. Si las despedidas siempre le habían parecido tristes, despedirse de alguien que no sabía si volvería a ver era casi como revivir una pesadilla.

Nada más cerrarse la puerta, una ola de silencio lo recorrió entero, enfriando el sentimiento de pertenecer a una familia que había mantenido la sonrisa en el rostro de Yixing durante aquella mañana. Siguió con Xié en brazos, aferrándose a su calidez, tratando de ignorar a Jun, que continuaba con ellos en la cocina. Pero Jun no parecía dispuesto a dejarlo tranquilo.

—Yixing —llamó—, tú no vas a la fiesta —sentenció, dejándolo un poco confundido.

—¿Qué? ¿Por… por qué?

—Porque alguien se tiene que quedar en la casa.

—Pero… SuHo ha dicho…

—¡Me da igual lo que haya dicho SuHo! —Lo interrumpió dando un golpe en la mesa con el puño cerrado—. Estamos en una casa okupada y no me puedo arriesgar a que venga la pasma y no haya nadie aquí, ¿lo entiendes? Así que te quedas.

—¿Y qué pasa si quiero ir?

Jun lo miró con una ceja alzada. Sintió a Xié encogerse sobre su regazo.

—¿Qué has dicho?

Yixing tragó saliva, nervioso, y agarró con fuerza la cintura de su hermana.

—He dicho que…

—¡Ya sé lo que has dicho, gilipollas! —Lo volvió a interrumpir. Por un segundo Yixing temió que le fuera a estallar una vena del cuello, pero, extrañamente, Jun se fue calmando progresivamente. Sin dejar de mirarlo a los ojos, volvió a echarse contra el respaldo de la silla, sonriendo—. ¿Quieres venir? —Preguntó con voz suave, con un tono sarcástico que lo puso nervioso. A pesar de todo, asintió—. Está bien. Puedes venir si consigues suficiente dinero para pagar las facturas durante tres meses.

Pestañeó varias veces ante la sonrisa de suficiencia de Jun, confuso.

—¿Solo eso? ¿Cuánto es?

—Y yo qué sé, haz cuentas, imbécil. Tienes hasta mañana —le advirtió antes de salir de la cocina.

Después de su conversación, Xié no dejó de mirar con curiosidad a Yixing, preguntándose qué haría al final y por qué tenía tanto interés en esa fiesta. Había intentado preguntarle, pero su hermano había evitado contestarle alegando que era demasiado pequeña para comprenderlo.

La mente de Xié era demasiado simple como para entender lo importante que podía ser para ellos tener una buena relación con una de las familias más poderosas de toda Asia. Si Yixing conseguía acercarse al primogénito, podría arañar poco a poco una vida mejor para ellos dos solos, sin nadie más. No podía dejar pasar esa oportunidad.

Se pasó el resto de la mañana rescatando las facturas de la luz y el agua y haciendo cuentas. No gastaban mucho en realidad, pero aun así seguía siendo demasiado dinero como para conseguirlo en un día. No bastaría con robarles la cartera a unos cuantos turistas.

Yixing se prometió a sí mismo que lo hacía por Xié mientras cogía con sumo cuidado la pistola que Jun guardaba en su cuarto. Se convenció de que esa era la única solución mientras iba por la calle con el arma debajo de la camiseta, sujetada por su cinturón. Para cuando llegó a la pequeña joyería regentada por un matrimonio demasiado mayor, Yixing tenía totalmente claro qué hacía y por qué lo hacía. Aquella fue la primera vez que levantó un arma sin dudar un instante.

Por Xié.

Por ellos.

Por el cuento de hadas que le impidieron vivir.

❀❀❀

Al día siguiente, se aseguró de que Xié ya estaba en la cama antes de acercarse a hablar con Jun. Atracando aquella joyería había conseguido algo más de dinero del que le había pedido, así que suponía que no habría ningún problema.

Los tres estaban en el salón casi listos para marcharse cuando se les acercó Yixing. Con cuidado, dejó la bolsa de deporte que llevaba en el suelo y la abrió para enseñarle a sus compañeros el interior lleno de billetes guardados de forma desordenada.

Jun se le quedó mirando mientras los otros se lanzaron sobre la bolsa, comprobando que no eran billetes falsos. Yixing fue perfectamente consciente de que no esperaba que lo consiguiera.

—Ahora puedo ir a la fiesta, ¿verdad?

—¿Cómo? ¿Piensas dejar que venga con nosotros?

—Va a ser un estorbo, Jun.

—Callaos —Jun paseó su mirada entre los tres y el dinero—. Un trato es un trato, y yo siempre cumplo mi palabra —dio un par de pasos en su dirección. No le gustaba la forma en que lo miraba—. SuHo dijo que fuéramos todos como buenos hermanos, ¿no? Aunque… ¿estarás bien, Yixing? No creo que puedas caminar bien con tantas heridas.

Sin que se diera cuenta, Jun lo cogió por los hombros y le clavó la rodilla justo debajo  del diafragma, dejándolo sin aire. Yixing se encogió por acto reflejo, alzando la vista para poder ver al otro.

—Lo hago por tu bien, Yixing.

Jun no lo pensó dos veces antes de darle con el codo en la espalda, tirándolo al suelo. Le pareció escuchar las risas de los otros mientras se le acercaban, lentamente.

Otra vez.

—Eres un cobarde —farfulló, deteniendo cualquier movimiento—. Te escondes detrás de tus dos monos y de mentiras. No eres nada —escupió algo de sangre en el suelo, apoyándose en las manos para levantarse un poco.

—¿Qué has dicho? —Las manos cerradas en puños le temblaban y la voz le salió con dificultad.

—Lo que has escuchado.

A pesar de ser un amasijo de moratones y sangre tirado en el suelo, aquella vez Yixing no se sentía tan humillado como Jun.

Se agachó a su altura para mirarlo a los ojos y susurrarle:

—Tú lo has querido, Yixing.

Yixing vio casi a cámara lenta como Jun se levantaba y se dirigía a la habitación de Xié.

—¡NO!

Se levantó tan rápido como pudo, apartando de un empujón todo lo que se encontraba en su camino hasta que se interpuso entre Jun y la puerta del cuarto de su hermana.

—No te atrevas a tocarla. Soy yo quien te ha insultado, pégame a mí, pero no te acerques a Xié… por favor…

Yixing no recuerda mucho más después de la sonrisa que le dedicó y el puño que se acercó a su cara.

❀❀❀

A pesar de que ya se habían ido, Yixing se quedó tirado en el suelo. Era incapaz de moverse. Tenía miedo de que, si se movía, aunque fuese un poco, aparecieran de nuevo y se asegurasen de que jamás volviese a levantarse.

Hacía rato que la sangre y las lágrimas se habían secado y, sin embargo, todavía se sentía intranquilo. Sabía que no iban a volver hasta al menos la mañana siguiente, porque estarían en la fiesta, pero Yixing no podía evitar que el recelo y el desasosiego le subiesen por el pecho y se cerrasen con fuerza en torno a su cuello, cortándole la respiración.

No quería que volviesen. Nunca. No quería verlos otra vez, ni siquiera de lejos. Jamás.

Solo quería vivir con Xié en algún apartamento, aunque fuese pequeño, trabajar, darle a su hermana la oportunidad de ir al colegio y hacer amigos y que, cuando llegase la noche, se pudiese ir a la cama con tranquilidad, pudiese soñar. Hacía demasiado tiempo que había olvidado lo que era tener sueños, en su vida solo había espacio para las pesadillas.

Con manos temblorosas comenzó a buscar en los bolsillos de su pantalón hasta que sus dedos dieron con una textura que ya conocía muy bien. Con cuidado sacó la bolsita, miró las dos pastillas blancas que tenía dentro.

Lo estaban llamando.

Se sentó con la espalda apoyada en la pared y respiró profundamente.

Las necesitaba.

Cerró los ojos y dejó que las dos pastillas acariciaran su lengua y bajaran por su garganta acompañadas de saliva, sangre y bilis. Dejó caer la cabeza contra la pared y se quedó así, inmóvil, viendo sin ver realmente los fuegos artificiales que estallaban tras sus párpados. Sin que se diera cuenta, volvió a llorar. Permitió que las lágrimas fluyeran sin más, ya no tenía fuerzas para limpiarse las mejillas y pretender que no pasaba nada.

Yixing se dejó llevar por el extraño cansancio que dejaban las lágrimas tras caer, arrullado por el sonido de su propia respiración irregular, acunado por unas manos suaves y tranquilizadoras.

—Xing…

—¿Mamá? —Preguntó aún con los ojos cerrados.

—Xing, soy yo, tu hada madrina —entreabrió los ojos, buscando el origen de la voz, aunque le costaba enfocar los rasgos de LuHan—. He venido para llevarte a la fiesta.

—Pero yo… Jun…

LuHan negó suavemente con la cabeza y lo ayudó a levantarse.

—Olvídate de él y piensa en ti. He pensado que si vienes conmigo puedes ganar dinero… ya sabes… 

No tienes por qué llegar hasta el final si no quieres, hay quien se conforma con poco.
Yixing buscó con la mirada la puerta blanca que llevaba al dormitorio de su hermana, sintiéndose horriblemente mareado al girar el cuello. Sin embargo, no necesitó mucho para asentir con la cabeza y ponerse en manos de LuHan.

El hada madrina movió los dedos con diligencia y dejó que su varita girase grácilmente sobre su palma, llenando el pasillo de estrellas y luces. Yixing vio sus labios moverse aunque no escuchó ni una palabra, el ruido de su propio corazón latiendo en anticipación era ensordecedor. Sintió su cuerpo entero vibrar y el agua refrescar su cara. Cuando las chispas que habían dejado las estrellas se disiparon y sus ojos se acostumbraron a los cambios de luz, Yixing se fijó en que llevaba otra ropa que se ajustaba perfectamente a su cuerpo y olía a promesa.

—¿Preparado? —Yixing volvió a asentir y LuHan se preparó para salir, pero antes de abrir la puerta se giró con una advertencia en los ojos—. Antes de nada, debes tener presente una cosa. La magia no es eterna, así que deberás estar de vuelta antes de que Xié despierte. ¿Lo has comprendido?

—Perfectamente.

LuHan sonrió, dispuesto a reemprender el camino, y Yixing lo siguió, con su corazón latiendo ensordecedoramente dentro de su pecho. Tal vez por eso no fue capaz de escuchar el ruido amortiguado de unos pies pequeños que se colaron sin mucho esfuerzo en la carroza que el hada madrina había preparado para él esa noche.

❀❀❀

La noche estaba llena de manchas de color y estrellas que les devolvían un brillo muy posiblemente ya extinto, como una máscara de luz para esconder el dolor de la muerte. Yixing disfrutaba del aire fresco que entraba por la ventanilla mientras la ciudad se rendía poco a poco a las criaturas nocturnas que buscaban a víctimas desprevenidas e inocentes, dispuestas a pasar el mejor momento de sus vidas. Por una vez, Yixing se sentía uno más de ellas.

El motor del coche de LuHan se apagó con un gruñido y los dos se bajaron para seguir a la marea de gente que se encaminaba hacia la gran mansión Wu. Mentiría si dijese que no se sentía agobiado y fascinado a partes iguales. Subía los amplios escalones de mármol blanco con lentitud, mirando a todas partes sin buscar nada en concreto.

Sintió una mano que se presionaba contra su cintura y un brazo que lo rodeaba, indicándole el camino a seguir. Se giró hacia LuHan, que le sonreía, aunque no estaba seguro de cómo interpretar esa sonrisa. Tampoco le importaba especialmente, sus sentidos estaban demasiado concentrados en la maraña de sonidos, graves y agudos, que le llegaban desde el interior.

Una vez dentro, se perdió entre los ritmos marcados por los altavoces, las copas que iban de mano en mano y los cuerpos que trataban de bailar apiñados en el centro del gran salón de la casa, todos resguardados bajo luces y colores y estrellas.

Yixing no tardó en dejarse llevar, cerrando bajo llave todas y cada una de sus preocupaciones, enterrándolas bajo copas de alcohol.

En algún momento entre la pérdida de LuHan y la música retumbando en su pecho, Yixing olvidó que a veces en los cuentos nada es como parece y dejó de ser una criatura de la noche para convertirse en una víctima.

Tal vez había demasiada gente, tal vez la música era demasiado envolvente o tal vez simplemente su mente había dejado de funcionar, no sabría decir qué paso, pero no se dio cuenta del par de ojos afilados y calculadores que lo miraban desde algún lugar incierto de la sala hasta que se los encontró de frente, ofreciéndole una copa más para sustituir a la que tenía en la mano.

Sonrió amablemente, como le había enseñado su madre, aceptándola y llevándosela a los labios. El líquido amargo y refrescante bajó por su garganta, quemándole. En un acto reflejo, se pasó la lengua por el labio superior, rescatando un poco de su sabor y haciendo sonreír a su acompañante.
Labios anchos y boca pequeña que se estiraban levemente, escondiendo sus intenciones más ocultas, nariz fina, pómulos altos y marcados… todo en consonancia para mostrar una actitud sobria que bajaba en armonía por su cuerpo de espalda ancha y largas extremidades. Yixing solo era capaz de pensar que podría ser el príncipe con el que las niñas soñaban de pequeñas.

Una copa siguió a la otra y, sin saber cómo, Yixing estaba sentado en un sofá con él, cerca, muy cerca. Escuchaba su voz grave hablando de cosas que no entendía porque estaba más concentrado en cómo uno de sus brazos se posaba desinteresadamente sobre sus hombros. Le pareció entender algo de que se llamaba Yifan y de que aquella fiesta le había parecido innecesaria hasta que lo había visto entrar por la puerta. Yixing pensaba que era como la suave flor de dulce aroma tras la que se escondía el peor veneno del mundo y, a pesar de todo, dejó que lo embaucara.

Lenta y sutilmente, su mano fue subiendo por su cuerpo, rozando la piel expuesta de su pecho, creando la combinación perfecta de caricias para abrir su alma ante sus ojos. Y Yixing se sentía tan vulnerable, tan pequeñito, que solo era capaz de cerrar los ojos y apretar la copa de fino cristal con fuerza, esperando su siguiente movimiento.

El aliento de Yifan chocaba contra su oreja a cada palabra, cada vez más cerca, hasta que sus labios tocaron en una ínfima caricia su sensible cuello. Yixing se encogió por acto reflejo, mirándolo con vergüenza, nunca nadie se había acercado a él de esa manera. Yifan simplemente dejó salir una risa, divertido.

—No tengas vergüenza —le susurró antes de volver a besar su cuello.

Su mano libre comenzó a subir por la pierna de Yixing, apretando su muslo derecho. Yixing no sabía qué pensar ni cómo actuar, estaba tenso y nervioso bajo el toque de Yifan.

—Relájate y disfruta, te prometo que te lo pasarás bien conmigo.

Trató de asentir, pero las caricias de Yifan peligrosamente cercanas al lugar más sensible de su cuerpo le hicieron perder la razón y abandonarse a él poco a poco. Con los ojos cerrados, dejando escapar tímidos jadeos y la mente volando lejos, Yixing no se dio cuenta de la pequeña presencia de Xié, con los labios fruncidos en señal de preocupación y perdida sin su hermano mayor.

Xié solo tenía una cosa en mente: necesitaba encontrar a Yixing y volver con él a casa, para que le leyese el cuento de la Cenicienta y durmiesen abrazados para combatir el creciente frío. Cuando lo localizó en medio del tumulto acompañado de otro hombre, no dudó un segundo en seguirlos hasta que alguien se interpuso en su camino.

—Xié, ¿qué estás haciendo aquí? —A pesar del ruido, pudo escuchar perfectamente la pregunta de LuHan, que se agachó para mirarla a los ojos.

—Yo… ¿dónde está Yixing?

—¿Has venido aquí buscando a tu hermano? —Asintió lentamente—. Pero Xié… ¿sabes lo peligroso que es? —La agarró por los hombros—. Dios… ¡podría haberte pasado algo! —Se mordió el puño derecho, cabreado, mientras la niña intentaba por todos los medios no llorar. No le gustaba cuando LuHan, Chen o Yixing se enfadaban, y menos si era por su culpa—. Ven conmigo.

La cogió de la mano con fuerza y tiró de ella hasta la planta superior, donde se repartían las distintas habitaciones de la casa. Entró a la habitación más alejada que había y encendió la luz.

—Escúchame, Xié, voy a ir a buscar a Xing, ¿vale? Tú quédate aquí y no hagas ruido, ¿me has entendido? —La miró con ojos tristes, tenía miedo—. Si consigues que nadie te encuentre, ganas el juego —sonrió levemente, intentando animarla.

—¿Gano?

—Sí, y el premio es un helado enoooooooooooorme del sabor que más te guste. ¿Preparada?

Esperó a que Xié se escondiera dentro del armario que había pegado a la pared de la izquierda y salió del dormitorio, apagando la luz y cerrando la puerta, rezando porque no encontraran a la niña antes de que él volviese a por ella.

❀❀❀

Con una pierna a cada lado de su cuerpo y las manos sobre su pecho, Yixing se derretía en aquel rincón apartado de la gran sala, cobijado por la semioscuridad y la música escandalosamente alta.
Poco a poco y confiado por las palabras de Yifan, se había ido rindiendo, dejándose hacer por las manos expertas de su acompañante en aquel extraño baile de caricias certeras y otras no tanto. Le costaba respirar con normalidad y sentía cómo el sudor se iba pegando a su cuerpo como una segunda capa de piel, y no sabía si atribuirlo a la agobiante atmósfera o a la mirada oscura y penetrante de Yifan sobre él cada vez que jadeaba.

El calor subía como lava ardiente por su cuerpo al ritmo de la mano de Yifan sobre su centro, arriba y abajo, arriba y abajo.

Yixing podía jurar que nunca se había sentido tan… necesitado.

Cuando creía que podía explotar, Yifan se alejó de él, llevándose todas esas chispas que ardían en contacto con su piel. Yixing iba a dejar ir un gemido lastimero, pero se contuvo al encontrar en la expresión de su acompañante una promesa oscura e incitante de mucho más placer del que jamás podría imaginar.

Tras volver a su sitio, se llevó los dedos índice y pulgar a los labios y dejó sobre su lengua con sumo cuidado una pequeña lámina que brilló al trasluz. Yixing observó con detenimiento como el músculo acariciaba con delicadeza sus yemas y, durante un segundo, sintió envidia.

Sin embargo, cualquier rastro de su momentáneo ataque de celos se desvaneció al contacto de sus labios con los de Yifan. No era ni suave ni sosegado como tantas veces había imaginado, era una lucha en la que había un claro vencedor.

La lengua de Yifan reclamó la boca de Yixing como propia tras su victoria y la marcó sin ningún pudor, recorriéndola. Acarició con la punta su paladar y dejó tras de sí la lámina para que esa vez fuese Yixing quien la degustara y disfrutara de sus efectos.

Gimió al sentir otra vez esa conocida sensación de miles de colores estallando dentro de su pecho y se agarró con fuerza al cuello de Yifan, impidiéndole que se alejara de él y comenzando un nuevo beso en el que no se iba a dejar ganar tan fácilmente.

Sus manos buscaron desesperadamente algo a lo que aferrarse en aquel mareante viaje de sensaciones que llevaban a su corazón al límite, y lo encontraron en la camisa del otro. Posiblemente algunos de los botones saltaron de su sitio por la fuerza con la que lo sujetaba y tal vez eso hizo que Yifan riera, pero Yixing tenía demasiadas cosas en la cabeza como para pensar en un trozo de tela.

La grave carcajada de Yifan murió en sus labios, silenciada por la orden muda que le transmitió su lengua, y sus grandes manos buscaron también su lugar en el cuerpo de Yixing, dentro de sus pantalones.

Tal vez fue por el calor, o por la droga que se comía una a una a sus neuronas, quizá fue por Yifan, o por una deliciosa combinación de todo, pero durante unos instantes Yixing rozó las estrellas con la punta de sus dedos, dejando que su fuego lo quemaran y le hicieran renacer de sus cenizas.
Cuando su cuerpo cayó de nuevo a la Tierra, se encontró a sí mismo exhausto entre los brazos de Yifan, con la frente apoyada contra la suya, sonriendo. Estaba temblando, pero no le importaba porque se sentía demasiado bien.

Yifan le sonrió y le murmuró una disculpa antes de levantarse y dejarlo de nuevo sobre el sofá. Hasta ese momento Yixing no fue consciente de lo mucho que se había acostumbrado al otro en tan poco tiempo. De repente todo le pareció mucho más frío, como si el mundo se hubiera paralizado, y él no era una excepción.

Se sentía pesado y horriblemente cansado. Su mente iba demasiado rápido como para tan siquiera ser capaz de comprender las señales de advertencia que le mandaba, solo podía notar cómo las manos le temblaban cada vez más y más. Era difícil mantener los ojos abiertos o respirar tan siquiera.
Lo último que vio antes de que el frío lo congelara a él también fue a Yifan.

❀❀❀

Yifan no pudo evitar soltar una maldición al volver al sofá, donde antes había dejado a su fugaz amante y ahora encontraba a un chico a punto de colapsar. No dudó ni un segundo antes de cogerlo en brazos y correr hacia las escaleras, llamando por el camino a Zitao, su guardaespaldas.

—Llama a la doctora Song, dile que es una emergencia —gritó por encima del ruido al hombre cuando se acercó a él—. En cuanto llegue, que venga a mi dormitorio, ¿está claro? —Zitao asintió y se marchó tan rápido como había llegado sin mediar palabra.

Yifan siguió su camino hasta llegar a su habitación y dejar al muchacho sobre la cama. No estaba muy seguro de qué hacer mientras llegaba la doctora de su familia. A fin de cuentas, él nunca se había encargado de nadie, así que se dedicó a acomodarlo tanto como podía sobre la cama.
Mientras le quitaba la chaqueta y las botas que llevaba, Yifan se preguntó por qué había reaccionado así. No había dudado en cogerlo y llevarlo a su propio dormitorio sin ninguna otra intención más que procurar su bienestar, ¿por qué? No iba a mentir y decir que no se había acercado a él porque le había parecido una presa fácil y un buen entretenimiento, sin embargo, ya no quedaba ni rastro de eso.
Se quedó mirándolo, viendo como su pecho subía y bajaba con dificultad y sus labios se entreabrían en súplicas que no llegaba a entender. Estaba pálido y sudoroso y, bajo la luz de la habitación, pudo distinguir como la piel se clavaba dolorosamente sobre sus huesos: en los hombros, el pecho, las falanges de los dedos y los pómulos. Casi podía adivinar que bajo el resto de la ropa ocurría lo mismo.

Casi podía imaginar el tipo de vida que llevaba.

Se acercó lentamente a la cama y acarició con suavidad su mejilla. El chico se removió y abrió un poco los ojos antes de pronunciar un débil gracias. Y Yifan se sintió de repente tan insignificante bajo aquella mirada, que hablaba de fuerzas sacadas de la nada y de sacrificio mientras que a él se lo habían dado todo hecho siempre.

Tal vez comenzaba a entender qué tenía de especial.

Yifan estaba a punto de seguir con su camino de caricias cuando alguien entró en la habitación abruptamente, asustándolo.

—Doctora Song —saludó y ella le devolvió una pequeña inclinación de cabeza por respeto a su alta posición, ya que todos sus sentidos estaban ya centrados en el muchacho en la cama.

—¿Qué le ha pasado?

—No estoy seguro. Estábamos en la fiesta y…

—Ya —lo cortó—, no es necesario que sigas, me imagino qué ha pasado. Sal, por favor —lo miró desde el suelo, donde estaba arrodillada buscándole el pulso.

Yifan salió rápidamente, aunque con algo de reticencia. No le gustaba la idea de dejarlo solo, pero no podía hacer nada más. Fuera de la habitación, en el pasillo, lo esperaba Zitao.

—Señor Wu —comenzó, pero Yifan alzó una mano, indicándole que no siguiera.

—Zitao, somos amigos. Que ahora haya relevado a mi padre no significa que me tengas que tratar con tanto respeto.

—Está bien —carraspeó—. Yifan… ¿qué le pasa? —Hizo un ademán con la cabeza señalando hacia el dormitorio.

—¿No es obvio? Sobredosis —el guardaespaldas asintió con la cabeza, pensativo.

—Estará bien, no te preocupes —sentenció.

Nada más escuchar esas palabras, Yifan lo miró con los ojos muy abiertos, sorprendido.

—¿Por qué dices eso? —Murmuró, todavía incrédulo.

—Tú lo has dicho, somos amigos y nos conocemos desde hace mucho. Nunca habías reaccionado así por nadie.

—¿Insinúas algo?

—¿Yo? Nada, solo digo que casi me muerdes cuando te he preguntado qué le pasaba —Zitao se encogió de hombros con una sonrisa mal disimulada en los labios—. Si necesitas algo, estaré abajo vigilando que todo siga en orden —se despidió antes de desaparecer al final del pasillo.

Yifan ni siquiera tuvo el tiempo suficiente para reflexionar sobre lo que le había dicho  Zitao cuando la doctora salió de nuevo de la habitación.

—Está bien —habló antes de que pudiera decir nada—. Por suerte me has llamado a tiempo, no sé qué habría ocurrido si tardas más —Yifan dejó escapar un suspiro de alivio—. Está estable y ya puede respirar con normalidad, aunque lo mejor sería que mañana fuese al hospital para que le hiciesen un seguimiento.

—Bien, bien —asintió a sus palabras—. Cuando se despierte, lo acompañaré al hospital y…

—Yifan, no es por nada, pero no creo que ese chico tenga seguro médico, no sé si me entiendes… —la doctora cogió aire antes de seguir hablando—. Supongo que habrás notado que no tiene un peso muy saludable, ¿verdad? Además presenta síntomas de anemia, es obvio que no tiene una buena alimentación. Por otra parte, examinándolo, me he dado cuenta de que tiene varias contusiones y algunas fracturas antiguas que no sanaron bien. Sinceramente, dudo mucho que alguna vez haya pisado un hospital.

—Ya veo…

—No te tortures pensando en él. Por desgracia, no es el primero ni el último, no hay nada que puedas hacer. Simplemente asegúrate de que descansa y de que mañana por la mañana coma algo antes de salir de aquí. Esa es toda la ayuda que les podemos ofrecer.

Después de cruzar aquellas palabras, se despidió de la doctora Song y entró de nuevo a la habitación. El chico había recuperado algo de color y ya respiraba con normalidad.

Así, quieto, tapado con las sábanas, con el rostro en calma, parecía tan en paz consigo mismo, tan bien, que Yifan ni siquiera era capaz de imaginar que hubiese salido de las calles.

Con cuidado de no despertarlo se sentó a su lado en la cama. Yifan sentía que necesitaba tocarlo para comprobar que de verdad era real, que estaba vivo y estaba con él, aunque tampoco quería molestarlo, así que se conformó con estudiar cómo cambiaba su expresión a medida que el sueño se hacía más profundo.

La doctora tenía razón, no era ni el primero ni el último que estaba en su misma situación, y aun así a él se le antojaba demasiado especial, demasiado único.
Su madre solía decir que nada ocurría sin ninguna razón aparente y, aunque su padre insistía siempre en que eso eran tonterías, Yifan descubrió esa noche que jamás le habían dicho algo que fuese más verdadero.

❀❀❀

Yixing se removió un poco, buscando una postura más cómoda sobre el regazo de su madre, quien le acariciaba con suavidad el pelo mientras tarareaba una vieja canción de cuna. Sonrió un poco cuando pegó la oreja a su pecho y sintió la melodía retumbar con un eco familiar. Esa canción siempre había sido su favorita.

Abrió los ojos cuando su madre se calló y alzó la cabeza para mirarla, encontrándose con el techo de la habitación que compartía con Xié. La mano que seguía enredada entre su pelo era ahora un poco más ancha y de dedos más cortos. La canción definitivamente se había apagado.

Frunció los labios, no le gustaba el silencio. Aunque no estaba incómodo con Chen a su lado, sentía que debía haber algo que llenase el espacio que había entre ellos. Respiró hondo y comenzó a cantar débilmente. No sonaba igual que cuando era su madre la que cantaba, pero su voz unida a la de Chen formaba una armonía perfecta de niños perdidos que habían encontrado consuelo.

Cuando se quedó sin aire dejó que las notas murieran en su garganta, le costaba seguir. Pero eso no impidió que la melodía continuase, aunque algo más grave de lo que recordaba.

Se removió de nuevo y su cuerpo dio con una cálida bienvenida de brazos y manos grandes. Con gusto dejó que lo abrazara y lo cobijara en su pecho, y Yixing volvió a cantar. Esa vez sus voces sonaron a niños perdidos que encontraban su lugar en el mundo. Era… reconfortante… y se habría quedado ahí para siempre de no ser por el recuerdo que cruzó por su mente.

“Deberás estar de vuelta antes de que Xié despierte”.

—Xié.

Yixing se levantó rápidamente de la cama. Xié. ¿Dónde estaba Xié? Miró a su alrededor, ni siquiera estaba seguro de dónde se encontraba él mismo, ¿cómo iba a encontrar a su hermana?

Trató de recordar lo que había ocurrido antes de que se durmiese. La fiesta… quería ir a la fiesta, pero Jun le dijo que no y… luego apareció LuHan y… recordaba estrellas y muchos colores, el calor y… una mirada…

—Son las cinco de la mañana, deberías seguir durmiendo —una voz grave sonó a sus espaldas, sobresaltándolo.

¿Yifan?

Miró a su acompañante y su recuerdo le estalló con fuerza en la cabeza. Había pasado la noche con él, descuidando a su hermana. Había sido un idiota irresponsable.

—No, no, no… —comenzó a murmurar mientras se levantaba de la cama a duras penas. Buscó por la habitación lo que le faltaba de ropa a toda prisa, tenía que salir de allí lo antes posible—. Tengo que irme, es tarde y Xié… —se mordió el labio inferior, nervioso.

—No te puedes ir así —Yifan se levantó de la cama con él y lo siguió por la habitación—. Necesitas descansar y reponer fuerzas… —lo cogió de la muñeca para intentar pararlo y convencerlo, pero se zafó rápidamente de su agarre y salió de allí—. ¡Espera! ¡Dime al menos tu nombre o dónde puedo encontrarte!

Yifan intentó seguirlo de nuevo pero, aunque pareciera increíble, desapareció sin dejar rastro… O al menos eso parecía. Tal vez si Yixing hubiese estado más atento durante la noche se habría dado cuenta de que dejaba tras de sí a Xié igual que la Cenicienta dejó olvidado su zapatito de cristal en el palacio del príncipe.

—¿Yifan? —El aludido se giró al escuchar la voz de Zitao— ¿Ese que ha salido corriendo no es…?

—Sí —lo cortó—, era él.
Yifan se pasó las manos por el pelo. Estaba seguro de que si tenía una posibilidad con aquel chico, por mínima que fuera, ya la había perdido por completo.

—Entonces… ¿qué vas a hacer ahora?

—No lo sé… Y no creo que recorrerse toda la ciudad buscándolo sea una opción, ¿verdad?
Zitao negó con la cabeza antes de acercarse a él y pasarle un brazo por los hombros, reconfortándolo un poco. Le habría gustado conocerlo, hablar con él cada día un poco más hasta que el silencio se volviese cómodo y así, quizá, llegar a ser algún día algo más.

Yifan estaba tan absorto en todos sus tal vez que se habían reducido a cenizas que no se percató de la puerta que se abrió y los pasos que sonaron por el pasillo hasta que Zitao se alejó de él, en alerta. Vio cómo se llevaba lentamente una mano a la espalda, donde guardaba su pistola, totalmente en tensión. Sin embargo, la bajó con un suspiro resignado cuando la fuente de aquellos ruidos se plantó frente a ellos.

—Es solo una niña —murmuró.

—¿Yixing? —La chiquilla pareció no percatarse de su presencia—. ¿Yixing? —llamó otra vez con voz entrecortada.

—No entiendo cómo se ha podido colar aquí, será mejor que me la lleve —el guardaespaldas estaba a punto de cogerla en brazos cuando Yifan lo paró.

—Espera un momento… ¿Qué has dicho? —Le preguntó.

—¿Habéis visto a mi hermano?

—Yixing tiene que ser el chico… —murmuró para sí antes de acercarse rápidamente a la niña y agacharse frente a ella—. Así que eres la hermana pequeña de Yixing, ¿no? ¿Cómo te llamas?

Ella no contestó. Bajó la mirada y se revolvió en su sitio, nerviosa.

—Tranquila —Yifan usó su tono de voz más dulce—. No te preocupes, no dejaré que te pase nada, ¿vale?

—X… Xié —soltó en un murmullo casi inaudible.

—¿Cómo has dicho?

—Me llamo Xié —explicó, levantando la mirada tímidamente. Yifan suspiró aliviado al escucharla y le dedicó una pequeña sonrisa.

—Bien, y dime, Xié, ¿tienes hambre? —Xié asintió con la cabeza, algo más confiada—. Es un poco temprano para desayunar, pero si quieres puedes comer lo que quieras.

—¿Lo… que quiera?

—Lo que quieras —asintió Yifan, cogiéndola de la mano para guiarla por las escaleras, seguido por Zitao.

—Yifan, ¿qué haces? —Le susurró al oído.

—Nada pasa por casualidad, Zitao, recuérdalo siempre —respondió simplemente antes de entrar en la cocina—. Oye, ¿crees que podríamos despertar al cocinero o es mejor que intentemos algo nosotros?

Zitao sonrió resignado, apoyándose en la encimera de la cocina, justo al lado de donde Yifan había dejado a la pequeña Xié sentada.

—¿Tú qué opinas, Xié?

—Mmm… no sé cocinar…

—Yo tampoco.

Yifan rió y se apresuró a rescatar del fondo de los cajones algunos delantales y trapos. No había cocinado en su vida, pero siempre había una primera vez para todo. Se sentía bien, se sentía feliz, y estaba dispuesto a todo.

Aproximadamente una hora y media después, tras acabar rompiendo todos los huevos que había en el frigorífico, casi quemar un par de ollas y haber tirado la mitad de lo que habían hecho en su despropósito de programa de cocina, los tres estaban sentados en la mesa disfrutando de unos maravillosos cereales con leche.

Xié poco a poco había comenzado a perder la timidez y ahora hablaba sin control de todas las cosas que le gustaría hacer en la casa de Yifan si viviese allí mientras los dos hombres procuraban que masticase y tragase antes de volver a decir algo. Sobra decir que en ningún momento lo consiguieron. Pero permitían que siguiera con su monólogo, con el corazón empequeñeciendo un poco más a cada palabra sobre su vida y la de su hermano.

—Tú debes de ser un príncipe, ¿verdad? ¡Como el de la Cenicienta! Solo un príncipe puede tener una casa tan grande —Yifan no podía evitar sonreír al ver su expresión de ilusión.

—Bueno… más o menos.

—¡Entonces Yixing y yo podemos vivir contigo en tu castillo! —Yifan jamás había visto unos ojillos tan grandes y brillantes como los de Xié.

Por alguna razón, la idea de vivir con ellos no le sonó tan descabellada.

—Por supuesto —dijo tras una pausa. Ya había tomado una decisión.

Quería vivir con ellos.

Xié ahogó un grito de asombro y alegría a partes iguales, antes de agarrarlo de la mano y tirar de él.

—¡Vamos, vamos! ¡Tenemos que darnos prisa!

Yifan rió y se levantó con ella, seguido por Zitao, por supuesto. No sabría decir quién estaba más impaciente, si Xié o él mismo.

Sin embargo su alegría se apagó un poco cuando llegó al vestíbulo y vio la pelea que estaban manteniendo algunos de seguridad con un muchacho rubio. Iba a acercarse para preguntar qué estaba pasando, pero Xié fue más rápida y corrió hacia el intruso.

—¡LuHan! —Gritó mientras se abrazaba a su cuello y el tal LuHan la alzaba en el aire.

—¡Xié! ¿Estás bien? ¿Te ha pasado algo? —La miró rápidamente, repasándola en busca de heridas, pero la niña le aseguró inmediatamente que estaba genial y que había hecho amigos nuevos.

Yifan se acercó a ellos y mandó a los de seguridad que se marcharan.

—Muchas gracias por cuidar de Xié —hizo una inclinación de noventa grados perfectos tras dejar a la niña en el suelo de nuevo—. Y siento mucho las molestias que le haya podido causar.

—No ha sido nada —le quitó importancia con un gesto de mano—, de verdad.

—¡LuHan, es un príncipe! Va a salvarnos.

—¿Cómo que… salvar? —Miró a Xié y a Yifan alternativamente, buscando una respuesta.

—¡Eso! Es como el príncipe de la Cenicienta.

En ese momento Yifan decidió que tal vez debía darle algunas explicaciones a LuHan antes de poder seguir con su improvisado plan de rescate.

❀❀❀

Si tenía que ser sincero, Yifan no estaba exactamente seguro de cómo había terminado en el coche sentado entre Zitao, Xié y LuHan, camino al piso donde vivía Yixing. Todo había pasado demasiado rápido como para que su mente lo terminara de procesar. Lo único que atinaba a pensar con claridad era que su padre lo mataría si supiese lo que estaba a punto de hacer… y que su madre se sentiría orgullosa de que por una vez dejara que el corazón mandara sobre la razón.

Zitao se había encargado de hablar con LuHan y contarle lo ocurrido, de forma que al final el chico se había ofrecido a guiarlos hasta Yixing, y bueno… ahí estaban todos.

Xié había decidido abandonar cruelmente a Yifan y se dedicaba a jugar con Zitao mientras LuHan le iba diciendo al conductor hacia dónde ir, así que tenía tiempo de sobra para pensar en lo que le iba a decir a Yixing. Sinceramente, ninguna de las frases que se le habían ocurrido le parecía lo suficientemente buena.

Estaba tan absorto en sus pensamientos que cuando LuHan avisó de que ya habían llegado casi le da un mini infarto.

—¿Listo? —Le susurró Zitao mientras salía del coche. Xié y LuHan ya estaban dentro del bloque de pisos y subían las escaleras.

—¿Sinceramente? No.

Zitao le dio una palmadita cariñosa en el hombro y no estaba seguro de si era para consolarlo o darle apoyo, aunque tampoco le importaba mucho.

Con un suspiro resignado, comenzó a subir escalones lentamente, ignorando tanto como podía las exigencias de Xié de darse prisa, puesto que en el segundo piso ya lo esperaban los tres.
LuHan le preguntó una vez más si estaba preparado y Yifan asintió con la esperanza de creérselo. Entonces sacó un juego de llaves de la chaqueta y abrió con algo de dificultad. Nada más abrir, Yifan escuchó la voz de Yixing llamarlo.

—¡LuHan! ¡Xié ha desaparecido! No sé dónde está y es todo por mi culpa…

—Xing, Xing —lo interrumpió—, cálmate y respira hondo. No tienes nada de lo que preocuparte.

—¿A qué te refieres?

LuHan se giró para mirar a Yifan y Zitao le dio un pequeño empujón, animándolo a entrar con Xié en el piso. En cuanto la vio, Yixing se lanzó a abrazar a su hermana con todas sus fuerzas, murmurándole pequeños te quiero entre los besos que dejaba por toda su cara, y Yifan sintió un pinchazo en el pecho.

—Muchas gracias, LuHan.

—No me las des a mí, no he sido yo quien la ha encontrado.

LuHan señaló a Yifan con la cabeza y Yixing centró automáticamente su atención en él.

—¿Yifan…?

—¡Es un príncipe, Yixing! ¡Va a salvarnos y viviremos en su palacio!

—¿De qué hablas, Xié? —Los miró a los dos algo confuso.

—Bueno, yo… —Yifan carraspeó un poco antes de continuar—. Yixing, sé que esto puede resultar extraño, pero me gustaría que tú y Xié os vinieseis conmigo. Antes de que digas nada, quiero que sepas que… eres… especial. Mi madre siempre decía que nada pasaba por casualidad y yo realmente creo que si nos hemos conocido es por algo.

Lo miró a los ojos esperando una respuesta. Nunca se había sentido tan tonto en su vida, pero su corazón le gritaba que estaba haciendo lo correcto y que, si dejaba pasar esa segunda oportunidad que le habían concedido, jamás se lo perdonaría.

Yixing no sabía cómo reaccionar a lo que acababa de escuchar. No podía mentir y decir que tampoco había sentido que Yifan era especial, que estar entre sus brazos no había sido una experiencia que le gustaría repetir el resto de su vida. Le había abierto nuevas puertas al mundo y se había quedado a su lado. Tal vez una parte de su corazón le estuviese hablando de amor y una parte de su raciocinio se estuviese rindiendo ante su mirada sincera.

Yifan gesticuló con los labios un por favor y a él se le llenaron los ojos de lágrimas, porque llevaba tanto tiempo soñando con su propio cuento de hadas que ni siquiera creía que pudiera ser real fuera de su imaginación.

—Dime que esto no es un sueño —susurró como pudo—. Dime que de verdad estás aquí y que…

—No es un sueño, y si lo fuera no querría despertarme nunca —Yifan se acercó lentamente a Yixing y le tendió una mano algo temblorosa—. Yixing…

Tembloroso y con las mejillas ya mojadas por las lágrimas, Yixing se dejó caer sobre el pecho de Yifan, permitiendo que otra vez todos esos sentimientos dormidos afloraran y se enredaran en su pecho. Yifan no necesitaba ni una palabra para saber que ahora empezaba su pequeño cuento.

Quizá no había un príncipe que rescatara a la damisela en apuros ni un hada madrina que les concediera todos sus deseos, pero tampoco los necesitaban, porque las verdaderas historias de amor se construían en la vida real, día a día, entre dos personas que tal vez eran más especiales de lo que creían.

Quizá los cuentos de hadas sí existían.

❀❀❀

“… Y cuál fue la sorpresa de todos al ver que el zapatito de cristal se ajustaba perfectamente al pie de Cenicienta y que la joven sacaba el zapato compañero. El Príncipe la miró a los ojos, reconociéndola de inmediato.

Finalmente, Cenicienta marchó al palacio real para casarse con el Príncipe y ambos vivieron felices y comieron perdices… Fin.”

Yixing cerró el libro de cuentos con cuidado, observando cómo las hojas se unían en orden entre las dos portadas decoradas con laboriosidad, y levantó la vista para mirar a Xié. Al contrario que muchas otras noches, su hermanita continuaba con los ojos abiertos, observándolo. Yixing la conocía lo suficientemente bien como para saber que estaba deseando hacerle alguna pregunta.

—A ver, señorita, haz esa pregunta ya —le pinchó con un dedo en el costado, donde sabía que tenía cosquillas, y Xié se encogió por acto reflejo, riendo.

—Si Yifan es el príncipe —comenzó—, ¿tú eres la Cenicienta?

Si el suelo bajo sus pies pudiese abrirse y tragárselo para siempre, no le habría importado en absoluto que lo hiciera en ese momento. Yixing sintió como el calor se le subía a las mejillas al escuchar a Yifan riéndose a carcajada limpia.

—Más o menos, Xié —respondió entre risas.

—¡Yifan!

—¿Puedo llamarte Cenicienta?

—¡Xié! ¡Por supuesto que no! —Los dos comenzaron a reír todavía más fuerte si eso era posible—. Bueno ya es suficiente, ¡a dormir!

—Ya sabes, Xié, a dormir —lo secundó Yifan.

—Tú también.

—¿Qué? ¡¿Pero yo por qué?!

Yixing se cruzó de brazos y lo miró fijamente hasta que Yifan se rindió y salió de la habitación, no sin antes desearle buenas noches a Xié y darle un beso en la frente. Yixing lo imitó poco después, asegurándose de que su hermana estuviera bien tapada y apagando la luz por el camino.

Nada más cerrar la puerta, Yifan se acercó para darle un suave beso en los labios.

—Perdóname.

—No, estoy enfadado contigo —volvió a cruzarse de brazos, más en broma que cualquier otra cosa.

—Vamos, Yixing… Si es verdad, eres mi Cenicienta.

—No lo estás arreglando.

—Oh, vamos… —Yifan lo abrazó fuertemente, mirándolo a los ojos—. Prometo no volver a llamarte Cenicienta.

—¿De verdad? —Asintió—. Entonces te perdono.

Esa vez fue Yixing el que se puso de puntillas para unir sus labios con los de Yifan en un beso que hizo que todos sus sentidos se multiplicaran por diez. Cuando se separaron para coger aire, Yifan seguía con los ojos cerrados y una sonrisa estúpida en la cara.

—Si cada vez que me perdones me vas a besar así debería comenzar a molestarte más veces.

—Idiota —Yixing lo golpeó sin fuerzas en el pecho—. Vamos a la cama ya.

—¿Pero a la cama a dormir o a…?

—Yifan… —advirtió antes de cogerlo de la mano y tirar de él hasta su dormitorio.

—Digas lo que digas, sigues siendo mi Cenicienta.





Notas finales:
—Es la adaptación de un cuento, así que, para que queden claros los roles de cada uno de los personajes durante las alucinaciones de Yixing, os voy a dejar un listado:
·         Yixing: la Cenicienta.
·         Xié: el zapatito de cristal que olvida Cenicienta en la fiesta.
·         LuHan: hada madrina.
·         SuHo: el padre de la Cenicienta.
·         Jun y los otros compañeros de piso: la madrastra y las hermanastras.
·         Yifan: el príncipe.
—Siempre uso “SuHo” y “Chen” para referirme a Joonmyeon y Jongdae a propósito, por las connotaciones que tiene el significado del primero y porque el segundo es un nombre chino y pensé que encajaba mejor.


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