Título: The light behind your
eyes (take me with you)
Pareja: KrisKai (Kris & Kai, EXO)
Clasificación: PG-13
Género: Cazadores de sombras!AU, fantasía, romance, slash, muerte de personaje secundario.
Número de palabras: … palabras
Resumen:
El tiempo pasa, crecemos, nos preparamos para la lucha, para morir, las personas a las que amamos desaparecen, nos hacemos heridas, algunas más profundas que otras, pero todas cicatrizan... y nos dejan marcas que hablan de nosotros, de nuestra vida, de nuestras promesas, de los que se han ido, de los que han aparecido... pero, sobre todo, hablan de tus ojos... y de nosotros, tú y yo.
Comentario de la autora: para Minako <3 Espero que te guste mucho mucho bc te lo debo y te lo mereces u//u Ojalá no haya metido la pata
catastróficamente ;u; ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!
Notas: el fic está basado en la saga de Cassandra Clare Cazadores de Sombras (The Mortal Instruments). Para quien no haya leído los libros pero quiera leer este fic, voy a dejar aquí algunas anotaciones.
· Cazador de sombras:
aquel semi ángel, semi hombre cuyo destino es matar demonios, se preparan desde
que son pequeños para ello, injertándose Marcas en el cuerpo (runas que les
otorga mejores cualidades de lucha), blandiendo sus primeras estelas y
manejando armas. Su país es Idris y quien los gobierna es La Clave.
· Parabatai: guerreros
que combaten juntos. Son más que amigos, son hermanos. Los parabatai comparten runas gemelas que los unen.
· Cuchillos serafín: una
de las armas de los Cazadores de sombras, cada cuchillo es nombrado por su
portador con el nombre de un ángel.
· El Ángel: conocido
como el Ángel Raziel o simplemente el Ángel, fue el creador del primer Cazador
de sombras.
· La batalla que se
menciona en el fic ocurre de verdad en los libros y es la denominada Guerra Mortal.
*He preparado una lista de reproducción con las canciones que he escuchado mientras escribía este fic y que me han inspirado. He pensado que tal vez os podría servir para introduciros más en la historia*
Parpadeó varias veces, aturdido.
Sentía el cuerpo pesado y sin fuerzas, la cabeza le dolía como jamás había
imaginado que podía dolerle y la sangre le zumbaba en los oídos. El contenido
de su estómago amenazaba con abrirse paso por su esófago mientras trataba
inútilmente de ver algo, más que nada para distraerse de las arcadas.
Fuera donde fuese el lugar en el que
se encontraba, estaba tan oscuro que apenas podía distinguir su propia silueta
recortada contra el frío suelo. El ambiente era húmedo y recargado, juraría que
estaba en un sótano, pero tampoco podía estar seguro por completo.
Sentía todo el cuerpo entumecido y
agarrotado. Trató de mover los brazos, pero el sonido tintineante de lo que
parecían unas cadenas fue todo lo que consiguió a cambio. Levantó la vista en
un acto reflejo, pero pronto dejó caer la cabeza, derrotado, no veía
absolutamente nada.
Pensó en intentar arrancar las
cadenas, pero tenía las muñecas muy magulladas y era demasiado doloroso
intentarlo siquiera. Además, tenía que conservar sus energías, se recordó,
perderlas luchando inútilmente no le serviría de nada.
Respiró profundamente, recordando las miles
de horas de entrenamiento a las que se había sometido. Iba a sobrevivir. Era un
Cazador de sombras.
☆☆☆
Se llevó una mano al costado, dolorido
después de que un demonio de contornos difusos y al menos una decena de brazos
terminados en brillantes garras le diese en la cintura con una de sus largas
extremidades. Se echó rápidamente al suelo cuando el demonio saltó sobre él,
recogiendo de entre la hierba el cuchillo serafín que había dejado caer antes.
— Ithuriel —le susurró, recibiendo en
respuesta su fulgor blanquecino y mortífero.
El demonio se revolvió, furioso, y profirió
algo parecido al siseo de una serpiente. No lo pensó más y se lanzó contra él a
una velocidad sobrehumana, clavándole el cuchillo serafín con rabia y
cortándole todos los brazos que se ponían a su alcance hasta que se desintegró
frente a sus ojos, volviendo a la dimensión de la que provenía.
Cogió una gran bocanada de aire, aliviado. El
sudor se le pegaba a la espalda y frente, mezclado con sangre e icor de los
demonios. El ruido de la batalla resonaba en sus oídos amortiguado por el
propio ruido de sus latidos desenfrenados. Por todas partes, Cazadores de
sombras, hombres lobo, vampiros, hadas y brujos luchaban codo con codo contra
la maraña negra de demonios, más unidos que nunca gracias a la oscura runa que
los enlazaba física y espiritualmente y les otorgaba las ventajas de cada una
de las especies en la lucha.
Los cuerpos ya se amontonaban en los límites
del bosque Brocelind, formando grotescas figuras casi antinaturales bajo la luz
de la luna, rodeados de los ruidos de la batalla.
Miró la runa de la alianza que tenía dibujada
en la cara interna de la muñeca izquierda y, por un segundo, entre parpadeo y
parpadeo, le pareció verla brillar y retorcerse sobre su piel. Tocó la herida
que le había hecho el demonio en el costado, ya estaba curada. Sonrió, era una
suerte que los hombres lobo se curasen tan rápido.
Jugó un poco con su cuchillo serafín en la
mano y se lamió el labio superior, llevándose una gota de sangre, preparándose
para volver al campo de batalla, pero una mano se cerró con fuerza alrededor de
su cuello, impidiéndoselo.
—No muevas ni un músculo, Cazador de sombras,
o será peor para ti —sintió una sonrisa tirante estirarse tras su oreja y unos
dedos gélidos y duros como la piedra clavarse en su piel.
El colgante rojo que llevaba alrededor del
cuello comenzó a palpitar con fuerza,
retorciéndose, indicándole que lo que tenía detrás era un demonio muy
poderoso. Un Demonio mayor.
Los pensamientos comenzaron a acumularse en su
mente, recreando miles de formas de liberarse, pero todo le parecía inútil. Si
era lo suficientemente rápido podría clavarle el cuchillo serafín para
distraerlo y huir —porque intuía que no sería fácil de matar—, aunque eso sólo
le daría una ventaja de unos pocos segundos.
Un sudor frío corría por su piel mientras que
el agarre del Demonio se hacía más y más fuerte. Pequeños hilillos de sangre ya
escapaban por las crecientes heridas. Tragó saliva con fuerza, el sabor amargo
de la sangre comenzaba a invadir su boca. Si tenía que morir, moriría luchando.
Empuñó a Ithuriel con fuerza y volvió la
punta hacia su espalda, pero, antes de que pudiera reaccionar, una sombra
rápida se tiró sobre el Demonio, derribándolo. Siseó de dolor cuando las uñas
fueron arrancadas súbitamente de su cuello, llevándose piel y músculo por
delante.
Cayó hacia un lado por el impulso, entre
confuso y mareado. Se giró rápidamente hacia atrás, viendo una pelambrera
rojiza en medio de un tumulto negro de brazos, piernas, uñas y destellos de
luna.
Sintió su corazón acelerarse, algo no iba
bien. La runa al final de su antebrazo palpitaba con fuerza, enloquecida. No
sabía qué era, pero algo no iba bien. Se echó la mano al cinturón y sacó una
daga. Se levantó a duras penas y corrió hacia las dos figuras que seguían
enzarzadas en la dura pelea.
Lanzó la daga de forma natural, como si el
arma fuera una prolongación de su cuerpo, y, en una milésima de segundo, el Demonio
se retorció sobre sí mismo, furioso. No esperó ni un segundo para volver a blandir
el cuchillo serafín, listo para atacar, pero la criatura demoníaca fue más
rápida que él.
—Yo que tú no lo haría, Cazador de sombras, o
tu querido parabatai no volverá a ver
la luz del día.
—¡JongIn, no! ¡No le hagas caso!
El corazón se le paró y el aliento se escapó
de su cuerpo. La runa volvió a latir, desesperada.
TaeMin…
Los ojos del Demonio le quemaban y su sonrisa
burlona sólo despertaba odio en su corazón. Tenía a TaeMin cogido por el
cuello, a unos pocos centímetros sobre el suelo. El Cazador pataleaba,
sujetándose al brazo del Demonio en un intento de alzarse y encontrar aire.
—Baja ese cuchillo, Cazador de sombras.
JongIn pestañeó, aturdido y terriblemente
mareado. Todavía perdía sangre por el cuello y la fatiga de la lucha ya hacía
estragos en su energía. Se sentía a punto de caer, como si estuviera haciendo
equilibrios en la cuerda floja.
—Suéltalo —escuchó su propia voz lejana y
gutural, como un gruñido.
Una risa seca y sádica fue todo lo que
recibió en respuesta antes de que sus uñas rojas se clavaran con rabia en el
cuello blanco de TaeMin y sus ojos perdieran todo el brillo en apenas unos
segundos.
Algo se rompió en el interior de JongIn en
ese momento, como si la cuerda que lo mantenía a salvo se partiese por la mitad
y lo dejara caer al vacío. Las rodillas comenzaron a temblarle y el aire se
escapó de sus pulmones. Lo último que vio fueron los ojos del Demonio, negros,
profundos, refulgiendo con vida propia, imposibles de olvidar.
☆☆☆
Cuando JongIn volvió a ser consciente de su
propia existencia y del aliento de vida
que todavía recorría su cuerpo, algo cambió.
No toleró que ninguna persona más lo llamase
JongIn —por alguna razón, ya no sentía que ese nombre le perteneciera, le
parecía ajeno—, ahora era Kai, el negro se volvió todavía más habitual en su
ropa y el tatuaje de una mariposa con una de sus alas rota se elevó sobre la
antigua runa de parabatai que durante
tantos años lo había unido a TaeMin.
Kai no era cuidadoso ni dudaba un solo
segundo a la hora de atacar. Kai estaba entrenado para asesinar sin piedad. Kai
estaba preparado para matar al demonio que le había arrancado el alma del pecho
la misma noche de la Guerra Mortal.
Más de uno lo había tratado de loco cuando
confesó sus firmes intenciones de dar caza a un Demonio mayor cuyo rostro
apenas recordaba, pero Kai estaba completamente seguro de que lo encontraría,
unos ojos como los suyos no los podría olvidar nunca… Eran como si absorbiesen
la luz de la vida de sus víctimas, la luz de TaeMin, y la proyectara con fuerza
suficiente como para dejarte ciego. Sólo era cuestión de tiempo que lo
encontrara… o que lo encontrase.
☆☆☆
Cuando el chirrido de una puerta y la llegada
de un poco de luz despertaron a Kai de su ligero sueño, el tiempo ya se había
diluido en la oscuridad del entorno junto con los contornos de su cuerpo.
Pestañeó varias veces, saliendo de su
estupor, y, cuando volvió a alzar la vista, sintió que su corazón se paralizaba.
Ahí estaban los ojos que lo habían
atormentado durante varios años ya, los ojos que había buscado sin descanso por
medio mundo, los ojos que habían absorbido su propia vida el mismo día que se
llevó la de TaeMin.
—Bienvenido, Cazador de sombras —el Demonio
comenzó a hablar y, sólo entonces, Kai fue consciente del pelo rubio peinado
hacia atrás, los pómulos altos, la barbilla fina y el cuerpo alto y de espalda
ancha que existían más allá de sus pupilas—. Espero que tus aposentos sean de tu
agrado.
Kai gruñó por lo bajo e hizo un intento
frustrado de atacarle que desató su risa.
—Yo en tu lugar no gastaría mis energías en
algo tan inútil —se agachó justo frente a él, para mirarlo directamente—. Pero
claro —comenzó de nuevo, suavemente—, incluso si estuvieras libre y
completamente armado serías incapaz de hacerme tan siquiera una herida.
—¿Qué quieres de mí? —el Cazador optó por
omitir su comentario—. Porque si quisieras matarme no te tomarías tantas
molestias —lo miró con los ojos entrecerrados, tratando de adivinar cuáles eran
sus planes.
—Muy agudo, sí señor… Tienes razón, no
pretendo matarte, porque tengo un trato que proponerte, Cazador de sombras.
—¿Cuál?
—Quiero que te unas a mí. Renuncia a la Clave
y quédate conmigo.
Kai comenzó a reírse como un loco al
escucharlo, entre divertido y confuso.
—¿Y por qué debería hacer algo así? Eres un
Demonio, vivo para matar a los que son como tú —escupió las últimas palabras
con asco.
—Porque ya no te queda nada por lo que vivir.
Tu parabatai está muerto y los
Cazadores de sombras te tratan de lunático, la locura es el destino reservado
para los que son como tú —usó sus mismas palabras a conciencia, disfrutando del
efecto que tenían sobre el Cazador.
Su corazón comenzó a latir con fuerza,
anticipándose a sus deseos de luchar con el Demonio en ese mismo instante, y su
respiración se volvió errática y descoordinada. Sus palabras habían sido tan
certeras que las sentía como puñales clavados por todo el cuerpo, pero no iba a
permitir que algo de palabrería echara por tierra todo su esfuerzo. Aún tenía
algo de orgullo propio y unos objetivos que cumplir. Era su enemigo.
—Ni aunque estuviera al borde de la locura
aceptaría estar contigo —masculló con los dientes apretados.
—Muy bien —el Demonio se levantó y se limpió el
polvo de la ropa, parecía demasiado… tranquilo y comedido, incluso cuando había
visto perfectamente la sombra oscura que velaba sus ojos—. Pero te aseguro que
sólo hay dos formas de salir de aquí, muerto o junto a mí. Tú decides.
☆☆☆
Tres veces al día. Tres veces al día lo veía y sentía sus
ojos quemándole por dentro, encendiendo un fuego que se alejaba del odio y se
acercaba a la admiración por sus pupilas negras a pesar de todos sus esfuerzos
por recordarse su cometido, por repetirse como un mantra que era el asesino de
TaeMin, de su TaeMin.
Poco a poco el recelo, la furia y el orgullo se fueron
desinflando por el hambre y la necesidad. Se sentía débil, pequeño, sus ideales
comenzaban a flaquear y lo arrastraban a un agujero donde se mezclaban los
segundos con los días y el sueño con la realidad.
A veces creía que lo estaba mirando, pero entonces abría los
ojos y se daba cuenta de que seguía disuelto en medio de la oscuridad. Otras,
deseaba que desapareciera, que lo abandonara y dejara que se pudriese en su
miseria, pero jamás lo hacía. Se quedaba ahí, mirándolo desde una esquina,
consciente del temblor de sus manos, de su nerviosismo, sin decir nada.
Kai hubiese preferido que hablase, que rompiese el nudo de su
garganta, que lo hiciese enfadar. Cualquier cosa era mejor que el silencio que
cristalizaba el ambiente, que lo hacía pensar, recordar… y olvidar.
Había algo… algo
que hacía que nada importase ya, que todo lo vivido no significase nada
comparado con todo lo que tenía por vivir, algo
que lo estaba matando por dentro, consumiendo su voluntad y sustituyéndola por
curiosidad. Una curiosidad que acabó por dominar sus palabras una de las veces
que el Demonio fue a llevarle algo de comer.
—¿Por qué? —murmuró con la mirada baja,
clavada en lo que intuía era un cuenco con sopa.
El Demonio pareció sorprendido por una
milésima de segundo y eso le hizo recobrar un poco de su anterior espíritu
perdido.
—¿Porqué qué? —replicó.
—¿Por qué me tienes aquí? ¿Por qué me
retienes? ¿Qué tengo yo para que me quieras? —las preguntas salieron de forma
atropellada de sus labios, impacientes por ser contestadas.
—Porque no eres un Cazador de sombras normal
y corriente —incluso a la distancia a la que se encontraban y en semipenumbra,
Kai fue capaz de ver su sonrisa divertida.
—¿Lo dices por lo de que mi familia está
tocada por el Ángel? —tamborileó nerviosamente contra la cerámica del cuenco,
era la única respuesta lógica que encontraba y, en el fondo de su alma,
esperaba que ese fuera su único motivo.
—No, la verdad es que eso me interesa más
bien poco. Raziel y yo nunca nos hemos llevado especialmente bien… Ya sabes,
por todo este rollo de que yo soy un demonio malvado y horrible y él es el Ángel, como tan convenientemente se
aseguró de que lo llamaseis. Aunque a veces me pregunto quién es realmente el malo.
Kai frunció el ceño. Una parte de su mente le
gritó que aprovechara ahora que estaba desencadenado para lanzarse contra el
demonio por atentar contra lo más sagrado que había para los Cazadores de sombras.
Pero otra se negaba a moverse de su sitio, y eso era posiblemente lo que más le
asustaba.
Se quedó paralizado. Por su mente cruzaban
miles de pensamientos que chocaban y desaparecían y se volvían a recomponer,
pero ya no eran iguales que antes. Apretó la mandíbula y la tensión cruzó todo
su cuerpo, el recuerdo fugaz de un entrenamiento le recordó que cualquier cosa
en sus manos podía ser un arma y entonces comenzó a ver el cuenco de sopa de
otra forma.
Buscó con la mirada al demonio y apuntó
automáticamente al centro de su frente. Balanceó el cuenco en una mano,
calibrando sus posibilidades de acertar. Tensó los dedos alrededor de la
cerámica, levantó el brazo, cerró los ojos, su corazón latía, la adrenalina
pulsaba por sus venas, estaba listo,
cogió impulso y, en menos de un segundo, el cuenco se escurrió entre sus dedos
al suelo, a apenas unos centímetros de él.
Tragó saliva y se obligó a mirar a otra
parte.
—Ya he terminado de comer —murmuró con la
boca seca y pastosa—. Lárgate.
El Demonio obedeció y simplemente salió de la
habitación, dejándolo desencadenado y con la bandeja de comida aún en el suelo.
Kai se regañó mentalmente en cuanto lo dejó a
solas con sus pensamientos. Acababa de fallar… Había fallado, había
desaprovechado una oportunidad de oro, lo había dejado pasar como si
simplemente hubiese hecho un comentario banal y, sin embargo, había atacado y
destruido los cimientos de su ideología, lo que le hacía ser como era.
Dirigió la acostumbrada mirada hacia el
cuenco roto en el suelo y se descubrió a sí mismo encontrando un triste
consuelo en los trozos de cerámica, porque el cuenco estaba más roto que él.
Cogió los pedazos uno a uno e intentó
reconstruir el bol. Los bordes se unían, chirriaban y se rompían aún más entre
sus dedos, pero, al cabo de algunos minutos, una parte de la pared del cuenco
estaba erguida de nuevo en el suelo polvoriento, aunque ya no era la misma. Daba
igual lo mucho que lo intentase, no volvería a ser como antes porque las
grietas seguirían ahí y no se irían nunca ya que tenían que recordarle que lo
habían roto sin piedad y que eso lo iba a marcar para siempre.
Kai siguió con su dedo índice una de las
grietas más grandes y se descubrió a sí mismo encontrando un triste consuelo en
su forma irregular, porque él también
tenía grietas que no se irían nunca y que llevaban pintadas los ojos del Demonio.
☆☆☆
El Demonio no volvió a aparecer en lo que Kai
intuyó que era el resto del día, así que simplemente se quedó tumbado en el
suelo, disfrutando de la pequeña libertad que se le había concedido, meditando.
Se sentía pequeño e insignificante, era una
vergüenza para todos los Cazadores de sombras y ni siquiera le importaba lo que
podrían decir de él si lo vieran en ese estado tan penoso, bañado en lágrimas y
polvo, sin luchar por salir y salvarse.
A veces se preguntaba dónde estaba Kai y por qué JongIn se había empeñado en volver. Se preguntaba dónde estaba su
fuerza y por qué la debilidad estaba ganando la batalla, dónde se había
escondido el asesino sin piedad y por qué el joven y tembloroso Cazador que
lloraba sobre las cenizas de su parabatai
estaba enseñándole de nuevo lo que eran los sentimientos.
Kai no quería sentir, no necesitaba sentir. Porque los sentimientos eran para los débiles,
para los humanos simples que no tenían más preocupaciones que el dinero o el
amor, para los niños que vivían inmersos en el mundo de su imaginación. Pero
para él estaban prohibidos… Sentir te llevaba al dolor y el dolor a la locura,
y la locura era, tal vez, el peor
destino que podía sufrir. Vivir en un sueño eterno que se vuelve pesadilla y
que no puedes detener ni cambiar.
Se levantó del suelo con un sonoro suspiro.
No podía seguir ahí quieto pensando, tenía que entretenerse de alguna forma.
Siguió con las manos la pared de cemento
rugosa, guiándose más por su tacto que por lo que alcanzaba a ver. Se paró
cuando, tras sus yemas, apareció una textura distinta, lisa y pulida. La
puerta.
Tanteó en busca del pomo. Sabía que era una
estupidez, pero tenía que intentarlo. Cerró los dedos en torno el frío metal y
se dio ánimos para intentar girarlo en silencio. Aquel chasquido fue el sonido
más maravilloso que había escuchado en su vida.
Tras la puerta había más oscuridad, pero
extrañamente esa oscuridad era reconfortante, le permitía andar y moverse sin
que fuera visto.
Con pasos algo temblorosos alcanzó a subir
una escalera de peldaños de madera que crujían y se quejaban bajo el peso de su
cuerpo. Al llegar arriba, se topó con otra puerta que no opuso ningún tipo de
resistencia bajo su toque. Los goznes crujieron y la luz blanquecina de lo que
parecía la luna llena colándose por ventanas le dio la bienvenida.
Sonrió. Sonrió porque el pulso ya no le
temblaba y su corazón había retomado el ritmo normal de latidos, porque el frío
se colaba por sus ropas sucias y le hacían sentir vivo, porque estaba a sólo
unos pasos de poder marcharse.
Miró a ambos lados del corto pasillo al que
había salido, pensando qué dirección tomar. Su cuerpo decidió por su cabeza y
sus pies se movieron sigilosos hacia la derecha, evitando al máximo los haces
de luz.
Tras encontrarse con una segunda escalera que
subió sin problemas, se dio cuenta de que no había tomado el camino correcto,
pero estaba demasiado concentrado en moverse de forma silenciosa que ni
siquiera le prestó atención a lo que su cabeza le estaba gritando. Volvía a ser
un Cazador, rápido, sigiloso y mortífero. Por primera vez en meses se sentía
completo de nuevo y no era una sensación a la que estaba dispuesto a renunciar
fácilmente.
Recorrió el pasillo con cuidado, deteniéndose
en cada puerta que se encontraba abierta para vigilar que no hubiera nadie
antes de continuar con su recorrido. Escudriñaba cada palmo de la casa,
buscando algo que le pudiese ser de utilidad, tal vez algún tipo de arma u
objeto arrojadizo.
Se detuvo al ver de reojo el brillo de una
armadura antigua, europea, posiblemente la imitación de una medieval. Era parte
de la decoración de aquella sala, estaba seguro porque había varias más, todas
idénticas, pero la espada que llevaba entre las manos podía serle útil. Estaba
a punto de rodearla con las manos cuando algo más llamó su atención.
Entre las armaduras había cuadros de distintas
personas colgados. A Kai le recordó al Instituto de Londres, donde Amber le
mostró una galería con los retratos de los diversos directores que habían
pasado por allí.
Si prestaba un poco de atención a aquellos,
podía ver claramente que todas las personas compartían un rasgo en particular:
todos tenían los ojos rojos y terriblemente profundos, iguales a los del
Demonio. Era como si fueran de la misma familia, incluso cuando sabía que
aquello no era posible.
Recorrió los retratos, leyendo los nombres de
los distintos demonios en las pequeñas placas doradas que reflejaban la luz de
la luna. Necesitaba encontrar el del Demonio,
ni siquiera le importaba estar completamente a la vista mientras se perdía
entre las pinceladas suaves y precisas.
Era el último de la galería, junto a una
esquina. Kai sintió sus ojos como si el Demonio estuviera realmente delante de
él, mirándolo desde aquel marco de pan de oro polvoriento. Notaba que el
corazón le palpitaba con fuerza cuando bajó en busca de la placa, por algún
motivo sentía que, conocer su nombre, era algo demasiado personal, como firmar
un contrato que lo ligase a él para siempre.
Sin embargo, la placa estaba completamente
rayada, impidiéndole leer. Por encima, alguien había escrito en negro otro nombre:
Kris.
—Kris… —murmuró. Sabía amargo y dulce a la
vez en sus labios, como sentimientos opuestos que chocaban en un punto incierto
entre su garganta y su pecho.
—Es por esto por lo que no eres un Cazador de
sombras normal y corriente —Kai se volvió bruscamente al sentir su aliento
rozar contra su oreja.
¿Cuándo había entrado y por qué no se había
dado cuenta? Instintivamente se llevó la mano al cuello, donde el colgante rojo
siempre había reposado, pero sus dedos tocaron sólo ropa. Debería haber
supuesto antes que se lo habría quitado junto con las armas.
El Demonio sonrió al ver su reacción. Estaba
nervioso.
—Sinceramente comenzaba a preocuparme que no
intentaras escaparte… Aunque tampoco esperaba que te dedicaras a recorrer la
casa en lugar de buscar la salida más cercana… Eres curioso para ser un Cazador
entrenado para matar —amplió su sonrisa visiblemente satisfecho, pero Kai se
había quedado atascado en lo primero que le había dicho.
—¿Qué…? —se cortó a mitad— ¿Esto es lo que me
hace especial?
El Demonio —Kris— pareció pensárselo durante algunos segundos.
—Sí, podría decirse que sí —concluyó—. Eres
perseverante, durante años me has buscado para matarme y ni siquiera ahora, que
estás en clara desventaja y yo podría quitarte de en medio, prefieres salvar tu
vida.
»Hace años
—continuó— te prometiste a ti mismo venganza y no has flaqueado ni un instante,
tu voluntad se ha mantenido firme incluso cuando has estado rayando la locura
por la pérdida de tu parabatai.
Créeme, Cazador, hay pocos de tu especie que guarden tal fuerza en su interior,
y eso es lo que te hace especial.
Kai permaneció unos segundos en
silencio, asimilando sus palabras. ¿Él? ¿Especial? Solo había sido uno más de
entre tantos, no había destacado ni antes ni después de perder a TaeMin, nunca
habían hablado de él. Simplemente había pasado inadvertido toda su vida,
incluso dentro de su propia familia, en la que todo el protagonismo se había
concentrado en sus hermanas mayores.
Miró a Kris a los ojos, buscando
algún signo que le indicase que se estaba riendo de él, que sólo quería jugar
un poco antes de matarlo de la peor forma que se le ocurriese, pero no había
nada de eso… Solo… ¿sinceridad?
Sintió un escalofrío recorrer su
cuerpo. La única persona que le había dicho que era especial había sido TaeMin,
muchos años antes, cuando se echó a llorar de rabia e impotencia por no ser
capaz de seguir el ritmo de los demás niños que se entrenaban con él. En aquel
momento supo que TaeMin siempre estaría a su lado, pasara lo que pasara…
Alzó la vista del suelo y,
durante una fracción de segundo, los ojos ardientes del Demonio se
transformaron en una melena rojiza que él conocía muy bien. Sintió que las
rodillas le temblaban y que la luna se escondía detrás de sus párpados, pero ni
siquiera así, en el límite entre la consciencia y la inconsciencia, podía
borrar las palabras de Kris, sus ojos al decirlas, sus labios al pronunciarlas.
En mitad de la oscuridad, ahora era él el que lo guiaba.
☆☆☆
Y eso es todo... por ahora (?) Sintiéndolo mucho, no sé cuándo voy a poder subir la segunda parte, because Selectividad is waiting for me (lo que viene siendo que la semana que viene por estos días estaré enfrentándome a los exámenes de acceso a la universidad). Intentaré tardar lo menos posible, pero os pido que por favor comprendáis mi situación, estos exámenes son muy importantes para mí y me juego mi futuro en ellos. Gracias.
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